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Diario de un ‘foodie’ confinado (XIV)

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Viernes, 27. Día decimocuarto

El teléfono echa humo. El plato ha sido un éxito: usa latas y preparados –sirve a los inútiles coquinarios, pues−, aporta fibra y proteína, y los hidratos ya llegarán al mojar el pan. Piden la receta. No me atrevo a contar la verdad, así que improviso. Un paquete de caldo de carne, los mencionados churrasquitos, asados y fritos, el huevo más o menos escalfado –podría ser duro también, que los hay en lata, al menos de codorniz y quedan muy coquetos−, amén de buenos espárragos y alcachofas, de Navarra, obviamente. El rancho del confinado, lo bautizo, una reinterpretación del clásico rancho de pastores.

Suena el timbre. El propio de Amazon dice que la caja pesa mucho, que baje, que las normas de seguridad le impiden coger ascensores. Lo dudo, pero no queda otra que acatar sus indicaciones si quiero la mercancía.

Una vez abajo me encuentro con una especie de marciano, al que no le falta una mascarilla –de casera apariencia−, gafas y casco de motero −¿casco? ¿para proteger las orejas?−, además de un par de guantes, en cada mano. Me acerca el recibo con un palo de esos que antes servían para hacerse selfies y ahora para mantener la distancia de seguridad.

Ciertamente la caja pesa lo suyo. Dudo que pueda con ella hasta el tercero sin recurrir al ascensor. Decido tomarlo, pero pulso el botón con la llave y la mano izquierda; algo de eso me ha parecido oir en la radio.

Inspección materna del paquete. Aprueba la cazuela de barro, reniega ante la olla exprés –como la de tu hermana, ¡dónde esté la magefesa de toda la vida!− y no entiende el jamonero de diseño, un auténtico Jamonero corredera giratorio Tsunami. «Con base en acero inoxidable calidad 304 y el toque de color en Ir’o. Multiposicionable gracias a un sistema que permite moverlo y fijarlo tanto vertical como horizontalmente según las necesidades del cortador. Su cabezal con un giro de 360° permite trabajar el jamón o la paleta de principio a fin con toda comodidad y sin tener que sacar la pieza del jamonero.»

Más que Amazon parece que lo hubiera comprado en Ikea. Viene desmontado. Para la tarde.

Habrá que curar la cazuela, dice mi madre. Me río, ¿está enferma? Hijo, pareces tonto, si no se cura, se raja al ponerla al fuego. Pues vamos a curarla, digo poniendo cara de médico. Pela un ajo, pelo; córtalo y frota por toda la cazuela; corto y froto hasta que el ajo se convierte en una filfa.

Toma el mando ella. Echa agua y una taza de vinagre –de Jerez, será, no tengo otro− y lo lleva al fuego hasta que hierve. Luego deja que el líquido se vaya evaporando lentamente, con lo que sobro como ayudante.

Teletrabajo; esto de los ERTEs es un sinparar.

En la cocina mi madre está embadurnado la cazuela con aceite –un ecológico de Badajoz, variedad verdial, que me regaló una amiga; lo elabora su hermano y prácticamente toda la producción se vende en Nueva York. Anoto: aceite de oliva convencional, virgen extra por supuesto; alguno aragonés−. Después de un par de horas, estará lista, dice.

Prepara unas borrajas con patata. Hijo, vaya desperdicio de plásticos, ¿no podrías comprar la borraja entera, como todo el mundo? Mamá, todo el mundo la compra ya limpia y cortada, es más cómodo.

Sigue a lo suyo. Con una pasmosa habilidad reboza los filetes de salmón y los fríe. Comida sana y escueta.

Extiendo las piezas del jamonero. Bingo, las instrucciones no están en sueco. No parece complicado de montar. Lo consigo, niquelado. Coloco el jamón y me asaltan las dudas. Según estoy buscando tutoriales, los hay a cientos, aparece la tutora mayor, mi madre.

Está al revés. ¿? Si empiezas por la maza, que es la parte mayor, cuando nos toque la contramaza, que ahora está debajo, se habrá secado en exceso. Doy la vuelta y memorizo: pezuña había abajo. Estreno el juego de cuchillos. Mal que bien, quito la corteza y la mayoría de la grasa que, por supuesto, no termina en la basura; mi madre la va rescatando según cae sobre la mesa. No se tira nada, hijo; pues no da sabor el tocino a los guisos.

Asimilo algunos conceptos básicos, por más que voy provisto del guante de malla de acero inoxidable de alra resistencia 304L. Cortar siempre hacia fuera, no hacia mí, como parece lo natural; empezar siempre desde el hueso para que la superficie se mantenga recta y no en forma de barca…

Unas lonchas salen gordas, otras finas, las más a medias. Pero la superficie, de momento, está bastante uniforme; nada de barca. Esto cansa. Me relajo con el palo ese de afilar, acariciando el cuchillo de arriba abajo.

Cuando ya he cortado suficiente es la hora de cenar. El trabajo de dos horas se evapora en pocos minutos. Eso sí, está de muerte. Y más con las reservas de manzanilla en rama Solear que me quedaban. Pues al jamón, aunque sea de Teruel, lo que le van son los blancos andaluces; es cosa sabida. La madre se suma sin oponer resistencia. ¿Estaré creando un monstruo?

Mañana fiesta, vaya paradoja.

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