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VINOvidiVINCI. Casi se me saltan las lágrimas

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VIN Amontillado GOC

«La primera vez que fui al Wine Bar Amontillado casi se me saltan las lágrimas. Los amigos enópatas de la cuadrilla me habían hablado de él…». FOTO: Gabi Orte Chilindrón.

 

Por más vueltas que le demos al asunto el titular sigue siendo rotundo y desventurado: no hay cultura de vino. Aquí mismo, en casa, que no hace falta marcharse lejos para darse cuenta de ello. Muchas veces se nos hincha el pecho hablando de cartas, consumos y conocimiento, pero no es así. En la calle, en la capital aragonesa, no hay querencia, la gente pasa olímpicamente y los aficionados entusiastas se cuentan con los dedos de pocas manos. ¿A que habéis escuchado alguna vez eso de Verdejo, Chardonnay o Somontano… afrutadito, muy rico cuando pides un blanco por copas? Pues, a modo de ejemplo, por ahí van los tiros.

Cierto es que hay grandísimos ejemplos en forma de buenas tiendas especializadas, restaurantes que miman muchísimo al vino y algún que otro establecimiento que apuesta decididamente –no sin cierto riesgo– por el vino. A todos ellos les debemos el empeño de predicar con el ejemplo y seguir en la lucha de inculcar algo que, por encima de todo, proporciona placer a quien lo toma. Porque tampoco hay que volverse locos, copón: vino= placer. Punto.

Decía de honrosos ejemplos, ¿no?. Pues la primera vez que fui al Wine Bar Amontillado –Hermanos García Mercadal, 5. Zaragoza. 976 876 793– casi se me saltan las lágrimas. Los amigos enópatas de la cuadrilla me habían hablado de él y me presenté una tarde. Delante de la pizarra una veintena de vinos por copas –de procedencias varias, referencias elegidas a conciencia y todas muy curradas–. Coincidió, además, en la época en la que había vuelto a abrir los libros y mira tú por dónde, tenían hasta propuestas pensadas para el examen.

Zaragoza había sumado un lugar donde la inquietud, la pasión y la profesionalidad están al servicio del vino. No debió ser fácil poner en marcha el negocio cuando el covid vivía su punto álgido, pero la constancia y la creencia en una idea sólida le han dado continuidad.

He vuelto a ir varias veces y da gusto. Puedes hacer un largo viaje que te lleva a un montón de países y zonas. Y ojo que hablo de escalas por copas, ¿eh?, aunque en la parte de tienda el número de referencias se incrementa considerablemente. Que en la capital aragonesa puedas tomarte un Xinomavro de Naoussa, Grecia, era impensable. Hasta hoy.

De la especialidad de la casa –finos, amontillados, manzanillas, palos cortados, olorosos y demás– ya ni hablamos. Lo mismo que de las 40 cervezas artesanas y más de una docena de sidras. Eso también es tope de gama… como las croquetas y las salmueras, de categoría.

Mola el estilo de Natalia y Rubén, artífices de la idea y responsables de un negocio que a buen seguro contribuye a que en Zaragoza nos crezca el interés, más que necesario, por algo tan grandioso como es el vino.

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