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La SEMANA aduladora de EL TAPAO

El Tapao

Comenzamos la semana acudiendo, bien tapao, a la inauguración de la Muestra de las garnachas, donde el presidente, Javier Lambán, se sumó de forma decidida a los políticos que loan el vino, en general del PP; pero el ejeano sigue siendo muy transversal. Dijo, más o menos, que bebe menos de lo que le gustaría, pero bastante más de lo que le recomienda su médico; aunque siempre con moderación y sin perder la consciencia.
Se nota que es de Ejea, donde hace décadas un lugareño, tras caerse al suelo al lado de la barra, visiblemente embriagado, farfulló solemne tras lograr ponerse en pie: «No pienso beber más». Para añadir: «Ni  menos. Ponme otra ronda».
Menos mal que había jamón y ternasco para empapar, pues el pan, que  era candeal y artesano, que dejaba mucho que desear.

 

 

Ya sabemos que el editor de estas páginas es un poco exagerado. Leímos en El Periódico de Aragón su experiencia con la cena en Iryo y decidimos comprobar si no se había pasado en su columna.
Por si acaso, mi colega y este tapao, que iban en asientos separados debido a los diferentes descuentos –padre numeroso el otro, viejo el uno– citámonos en el bar nada más que arrancara el tren. Que si no era el mismo, sí tenía igual horario: salida de Atocha a las 21.25, llegada a Zaragoza a las 10.30 horas, ideal para cenar.
No habíamos salido de la estación cuando pedimos dos cervezas, diferentes de las del jefe, Mahou doble malta. ¡Maldición!, solo había una en la cámara. La camarera se aprestó a buscar la segunda y la encontró, no sin mascullar para sus adentros y en voz baja, cosas sobre el orden y la previsión.
Con las cervezas en la mano nos atrevimos con dos propuestas de la casa Haizea, Panini al grill de pollo asado y Focaccia mozzarella tomate y pesto. Nombre vasco para asociar a la alta gastronomía, y resultado, para el precio razonable.
Mientras dábamos cuenta del condumio, comenzaron a entrar más clientes y en eso que falló la maquinita de la que dependen pagos, tickets y control. La pobre camarera –¡qué sufridas son!– no daba abasto: trataba de servir a los recién llegados a la par hablar con la central para solucionar el problema.
Tras una sonrisa de solidaridad, dejamos las cervezas a medias –estaban también tibias, como las de jefe– y nos volvimos al asiento añorando aquellos trenes con vagón restaurante y cocina de verdad.

 

 

Volvíamos de Fenavin, probablemente la mejor feria del vino de España, donde los bodegueros aragoneses estaban agrupados unos, dispersos los otros. La infatigable Carmen Urbano los visitó a todos o, al menos, lo intentó. Aunque se encontraban también al fondo de las enormes instalaciones, parecían más contentos que en el Salón del Gourmet. Y varios reconocieron haber hecho negocios, por ejemplo vendiendo vino a Corea del Sur, que no es moco de pavo.
No obstante, cundía un cierto desánimo. Hay mucho vino en los depósitos y botelleros, las exportaciones no se animan demasiado, con lo que ya comienza a hablarse de destilaciones de crisis; al menos en otras comunidades, igual que han hecho en Francia.
Por lo bajinis, algunos reconocían que la previsible merma de producción debido a la sequía quizá no le venga tan mal al sector. Veremos.

 

Siguiendo con la adulación al jefe, este tapao no se ha perdido el capítulo de la Cofradía de la borraja y el crespillo de Aragón, donde el editor ha dado esta misma mañana una charla en la que afirma que no existe la gastronomía aragonesa.
Quizá por ello, la comida de conmemoración, en la que este tapao se coló –tras abonar los cuarenta euracos de rigor– no estuvo a la altura de la celebración, que tuvo lugar en un zéntrico y vencedor hotel de Zaragoza.
Vale que son tiempos de muchas celebraciones, pero las croquetas estaban recalentadas, el jamón sería ibérico por peninsular, mas no por su textura y sabor; y lo peor, la borraja, que venía con berberechos –no muy limpios– y salsa verde, tenía fibras, como si fueran espárragos, que ahí se quedaron en el plato, dado que no somos rumiantes; y unas venían con brotes de borraja y otras no, casualmente las de firmante –la foto es del plato de al lado–. Eso sí, cada bola de helado de borrajas, que era parte del postre, vino con su correspondiente flor azul. Muy cuco.
En realidad, la reunión era para disfrutar de la compañía. Pero a los miembros de otras cofradías, que se habían desplazado desde Navarra, La Rioja, El País Vasco e incluso Galicia no creo que les diéramos muy buena impresión de nuestras cocinas. ¿Será cierto que nuestra gastronomía no existe?

 

 

Estamos en campaña y los candidatos se dejan ver por cualquier sitio, por ejemplo en la muestra agroecológica. Si el pasado sábado fue Julio Calvo, el cabeza de lista a la alcaldía por Vox, cuya familia compra habitualmente allí, según dijo y nos corroboraron varios productores, ayer fue el turno de Fernando Rivarés, que va por Podemos, más discreto en su presencia, que, eso sí, reflejó en sus redes. Vegetariano confeso, aunque no talibán, se encontró allí con el editor, habitual visitante del mercado de los sábados de la plaza del Pilar. Y se proveyó de naranjas, reencontrándose con un compañero de cuando protestábamos por la entrada en la OTAN. ¡Tiempos aquellos!

 

¿No tendrían que haber invitado a la viuda al 40 aniversario?

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