Usamos aquí el término ‘jefes’ tal y como lo utiliza Trasobares, refiriéndose a los políticos, nuestros representantes institucionales. Nombrada fue hace unos días la fotografía de unos líderes andaluces que eligieron para comer una conocida franquicia de comida rápida. Error de libro que fue rápidamente aprovechado por sus contrincantes políticos, dado que en el sur se encuentran ya en plena precampaña electoral.
¿Y por aquí? De entrada la mayoría de nuestros ‘jefes’ tienen limitado el gasto en comida, unos veinte euros por persona, parece ser —igual también los mentados andaluces y de ahí su elección—, lo que parece suficiente para comidas normales de trabajo y ejemplifica la imprescindible austeridad de la Administración.
Pero, ¿y si Olona o Soro tiene que presumir o difundir nuestra gastronomía en algún compromiso institucional? ¿Se toman un único plato y un vaso de agua del grifo? ¿Las ponen de su bolsillo? ¿O directamente no van a esos sitios tan representativos?
No es asunto menor. Tras una rápida consulta a restaurante señeros, de la capital y de la provincia de Zaragoza —Huesca parece ser, todavía, una excepción, y en Teruel no hemos conseguido datos—, parece que a nuestros ‘jefes’ o no les gusta salir a comer por ahí o sus gustos son más bien del montón, vulgarcitos. Y no es eso.
La alta gastronomía, aunque tenga unos precios más elevados, no es un lujo. Es un importante atractivo turístico —piensen en el País Vasco—, genera puestos de trabajo en el sector primario y estimula la producción de alimentos de calidad.
Parece admitido por todos que los automóviles oficiales no sean humildes utilitarios, aunque tampoco tengan que ser lujosos; o que si un libro es necesario en una biblioteca no se deje de adquirir debido a su precio. Entonces, ¿por qué no pueden ir a un restaurante de alta gama en esas ocasiones excepcionales? Que uno sepa, siguen pagando religiosamente sus impuestos y venden Aragón como el que más.