La modernización del campo y las nuevas tecnologías aplicadas a él son una buena noticia, siempre y cuando sirvan para facilitar el trabajo de nuestros agricultores. Si el beneficio de dicha tecnología únicamente sirve, en gran medida, para obtener datos de los agricultores en lo que respecta a fechas de siembra, medidas culturales y productos empleados, para luego mercantilizarlos y ofrecérselos a ellos dentro de paquetes tecnológicos, a través de los cuales reciben asesoramiento, y ya de paso venderles sus fitosanitarios, ya no parece tan buena noticia.
En el mundo digital hay una frase que se ha convertido en una verdad absoluta e indiscutible: «Cuando un producto es gratis, el producto eres tú». Esto también se cumple en el mundo rural, igual no de manera inmediata en España, pero sí en otros países donde los agronegocios, los gigantes tecnológicos y las plataformas corporativas se han unido para fidelizar a los agricultores y consumidores, consiguiendo influir en qué sembrar y qué consumir, sin que productores y/o consumidores podamos decidir.
Bueno, lo peor es que los consumidores creemos que sí que decidimos en nuestros hábitos de consumo, pero para decidir ya existen los programas de inteligencia artificial, IA, los cuales sirven para predecir nuestras preferencias y lograr que compremos más, de eso ya se han encargado las grandes plataformas de distribución de alimentos, que son quienes los usan.
Estos avances tecnológicos ¿son una herramienta para los agricultores y/o consumidores o los agricultores y/o consumidores somos las herramientas para las tecnológicas? Estas cuestiones son abordadas en el informe Control digital. Cómo se mueven los Gigantes Tecnológicos hacia el sector de la alimentación y a la agricultura (y qué significa esto), realizado por la organización internacional Grain.
Los gigantes entran
En él se recoge cómo las empresas de tecnología y las plataformas de distribución más grandes del mundo, como por ejemplo Microsoft y Amazon, hace años que comenzaron a entrar en el sector alimentario. Para Grain, el desembarco de estos gigantes tecnológicos ha repercutido negativamente en los pequeños agricultores y en los sistemas alimentarios locales.
- Las consecuencias que esgrimen para dudar de sus bondades son las siguientes:
Integración fuerte y poderosa entre las compañías que proveen de productos a los agricultores –pesticidas, tractores, drones, etcétera– y aquellas que controlan el flujo de datos y tienen acceso a los consumidores. - Por el lado de los insumos, los agronegocios se unen a esta tendencia logrando que los agricultores usen sus aplicaciones para teléfonos móviles y les proporcionen datos, en base a los cuales pueden entregar recomendaciones a los agricultores.
- En la producción, vemos que las grandes corporaciones de comercio electrónico compran empresas en el sector y toman el control de la distribución de alimentos.
- En conjunto, se favorece el uso de insumos químicos y de costosa maquinaria, así como la producción de materias primas para grandes empresas y no alimentos para los mercados locales. Promueven la centralización, la concentración y la uniformidad, son propensas al abuso y a la monopolización.
En el informe se indica que los agronegocios, los gigantes tecnológicos y las plataformas corporativas reciben, controlan y procesan datos e información de la agricultura y de los consumidores y luego los venden, obteniendo ganancias también por ello.
Su modus operandi lo definen gráficamente en el informe, separando los distintos campos de acción:
- Agronegocio. Recolectar datos de los agricultores y venderles agroquímicos
- Finanzas electrónicas y dinero digital. Amarra a los agricultores a préstamos y a sistemas de pago en línea.
- El nuevo intermediario. Compra directa a los agricultores que elimina a los pequeños vendedores.
- Comercio electrónico. Induce a los consumidores a comprar más e influye en sus decisiones.
Como en todo, las herramientas son útiles según cómo se utilicen. En el informe también se indican herramientas tecnológicas amigables con los agricultores, como, por ejemplo, Farm Hack, que ha sido creada por una comunidad mundial de agricultores que construyen y modifican sus propias herramientas, compartiendo trucos en línea y en reuniones, así como sirve de intercambio de experiencias sobre cultivos. Las herramientas tecnológicas bien usadas son muy útiles, siempre que el beneficio sea recíproco para ambas partes, tanto para el creador como para el usuario de estas.
Lo que sí que puede agravarse, por la digitalización del campo, es que cada vez son menos los profesionales del campo que trabajan sobre él. Muchos aún nos lamentamos de la extinta Extensión agraria, a través de la cual la Administración trabajaba sobre el propio terreno, literalmente, pero tras su desaparición, la brecha entre los productores, las administraciones y el asesoramiento subjetivo de los agricultores se ha perdido casi en su totalidad.
En la actualidad, los únicos que pisan el terreno a diario, a parte de los agricultores, son los técnicos de las empresas de insumos –semillas, fertilizantes y fitosanitarios–, que, como es lógico, hacen un asesoramiento dirigido para que consuman sus productos.
Es lo que ocurre también con los nuevos paquetes tecnológicos basados en el agronegocio, que acentúan aun más esta brecha entre los técnicos y el campo, ya que se convierten en consejeros para los agricultores –sin necesidad de pisar el campo–, facilitándoles mediante aplicaciones propias el que puedan identificar las malas hierbas, las enfermedades o los insectos en su campo y pronosticar cuándo se convertirán en un problema –hasta aquí bien–, pero también les dirán cuándo fumigar y fertilizar, y en qué cantidad y con qué productos, que obviamente serán los de la propia empresa de fitosanitarios, propietaria de dicha aplicación tecnológica.
Por lo que, de una herramienta muy útil, en lo que respecta a la identificación de plantas adventicias, plagas y enfermedades, se consigue crear una dependencia total, al convertirse los agricultores en meros gestores de insumos, perdiéndose el conocimiento adquirido de cada agricultor y de cada territorio, tendiéndose a una homogenización de dichas medidas culturales, independientemente del lugar dónde nos encontremos.
Además, esta fiebre tecnológica, a la que también se han sumado las administraciones, destinando recursos, en detrimento de los servicios estatales de extensión agraria, anteriormente citados, favorece el desmantelamiento de estas estructuras locales, en la que los técnicos de campo se van a convertir en una nueva especie en peligro de extinción.
¿Logrará el campo adaptarse y convivir la parte tecnológica con la parte terrenal? No nos olvidemos que la nube que nos da de comer es la que hace llover, y no la que sirve para almacenar datos, por si hay algún despistado. Feliz 2022.