Resulta alentador disponer de premiados profesionales detrás de las barras y mesas de nuestros establecimientos de hostelería. Son un lujo para el cliente, además una promoción exterior para la comunidad y ejemplo para quienes se incorporan a ese sacrificado trabajo. Pero, lógicamente, son los menos, la punta de lanza, pero escasos en número.

De ahí la enorme satisfacción que sentimos al entrar por primera vez en un pequeño bar de la zaragozana calle Ponzano, el más vacío de la zona a esa hora del vermut, y comprobar que una auténtica profesional, joven y probablemente sin premios, se encargaba en solitario de la barra, repleta de tapas.

Con una sonrisa en la cara atendía ordenadamente a toda la clientela, servía las copas de cerveza sin prisas, mas sin pausas, nadie se colaba en su turno y atendía con premura las cercanas mesas llevando las tapas pedidas. Sin prisas, rentabilizando sus movimientos, conversando brevemente con los parroquianos, recogía lo vacío cada vez que volvía a por un nuevo servicio. Tal despliegue de oficio hizo que la caña se convirtiera en tres y casi comiéramos gracias a los preceptivos platillos.

Lamentablemente, lo que debería ser habitual es una excepción, especialmente en el centro de Zaragoza. ‘Falsos’ camareros a los que hay que suplicar que te atiendan, malas prácticas en el servicio de vino y cerveza, desconocimiento de lo que sirven en la barra, del contenido de las raciones. Sin entrar siquiera en la mínima educación al dirigirse al cliente, a la postre quien paga su nómina, por exigua que sea.

Una de las consecuencias del pretendido fin de la pandemia podría haber sido recuperar las relaciones sociales en los bares, como lugar de convivencia. Parece que no. Más allá de los problemas empresariales para encontrar camareros capaces, mínimamente capaces, el sentido del bar se encuentra precisamente en esa relación con quien nos sirve. No por casualidad se llama parroquianos a los clientes habituales del bar, que se relacionan con quien oficia, ese ser con conexiones con el más allá: las cámaras, el botellero y la cocina.

Recuperemos la liturgia.