
Título: Revista Gastro Aragón 105. Menú del día
Meses: mayo 2025/junio 2025
Lejana ya la pandemia –y olvidadas sus enseñanzas, lamentablemente–. comenzamos el año con la amenaza de los prometidos aranceles por parte del electo Donald Trump. Una tasas que, si bien no amenazan especialmente a la economía aragonesa, sí lo hacen a nuestra agroalimentación. Sobre todo al sector del vino, donde las tres DOP zaragozanas –Calatayud, Campo de Borja y Cariñena– habían consolidado gran parte de su negocio en la exportación a Estados Unidos. Aunque no será fácil, como ya hizo el sector porcino al minimizar la dependencia del mercado chino, nuestros vinateros deberán buscar nuevos lugares para vender sus botellas. Lo mismo que harán franceses e italianos, cuyos precios medios son superiores a los nuestros. Quizá sea nuestra única ventaja.
A finales de abril sufrimos el gran apagón, que quedó como una mera anécdota para los españoles –la mayoría, por cierto, con un impecable sentido cívico–, pero con onerosas consecuencias para gran parte de la industria alimentaria, especialmente las compañías más grandes. Por diferentes circunstancias, entre ellas la seguridad alimentaria, tuvieron que desecharse miles de kilos de alimentos en mataderos, fábricas de pasta y conservas, etc. Afortunadamente y dada su brevedad, no afectó en exceso a cámaras frigoríficas y la ciudadanía se lo tomó con tranquilidad y, eso sí, con muchas cañas, que los grifos funcionaban a la perfección. Comimos en frío o de bocadillos, pero comimos.
Menos se notó en los pequeños productores rurales, acostumbrados tanto a los fallos de las infraestructuras, como a una supervivencia ancestral. Quienes mantenían despensas más o menos surtidas de embutidos, conservas, escabechados y, por supuesto velas y transistores a pilas, podían mirar hacia la negra noche con menos preocupación que los urbanitas dependientes del supermercado para su cotidianeidad.
Probablemente tampoco nada aprenderemos en esta ocasión. Que ha puesto de manifiesto –más allá de las causas del fallo, del que algún día, esperemos, tendremos explicaciones convincentes– la fragilidad de esta sociedad tan tecnificada, pero dependiente de una logística –la energía, el transporte, la informática, internet– nada sólida, a tenor de los resultados.
La pregunta sigue siendo, ¿es otro mundo posible?