Durante algún tiempo pasado, las cooperativas fueron bastante denostadas en nuestro país. Esta semana hemos conocido que el Grupo San Valero retoma su denominación de Cooperativa Vinícola San Valero, como celebración de sus 75 vendimias y preludio de los intensos cambios que van a experimentar las bodegas que la integran.

Es cierto que el nacimiento y desarrollo de las cooperativas en nuestro país dista mucho de lo sucedido en otros países como Francia o Italia, donde también se consolidan en la segunda mitad del pasado siglo. Y no, no es casual, que la mayoría lleven nombres de santos y vírgenes.

Probablemente, hace algunas décadas, el propio anquilosamiento de las mismas, llevó a buscar otro tipo de organizaciones, incluso superpuestas a la propia cooperativa, que parecía avergonzarse de su condición. La lentitud en la toma de decisiones, la volubilidad de sus socios, las propias dimensiones, algunas aventuras fracasadas o la ineptitud de algunos gerentes, lastraron en demasiadas ocasiones la vida de muchas de ellas.

En cualquier caso, se trata de una estructura empresarial tan válida como cualquier otra y, probablemente, más adaptada a las necesidades del mundo rural, siempre que se dote de estructuras ágiles, bien dimensionadas, con la tecnología necesaria y los socios cooperativistas participen en el entramado social.

Y capaz de modernizarse para estar a la altura de los tiempos, como demuestra la Cooperativa Vinícola San Valero en esta nueva etapa que esperamos fructífera y golosa, especialmente para los amantes del vino y el cava.