Ice Hotel INT

 

Y pensarán ustedes, «y este, qué nos está contando ahora…» Pues bueno, nada más y nada manos que mi experiencia contrastada con la temperatura en este cuarto de siglo como cocinero.  No hablamos de la temperatura para cocinar recetas. No. Hoy vamos un pasito más allá. Y además vamos a crear un poco de polémica…

¿De qué partido es usted? ¿A qué bando pertenece?

Quizá a ese reducido grupúsculo minoritario al que pertenecemos los calurosos. Los de verdad, si se pone usted una rebequita cuando refresca, una noche de agosto, no está admitido en el club.

O pertenece usted al contrario, al glorioso club de los triunfadores. A la maravillosa oligarquía –aunque mayoritaria– de esos seres paliduchos y endebles que hablan de que cuando el termómetro baja de 25 grados refresca y si baja de 20 hace rasca.

Si pertenece usted al club de los perdedores –del cual me autoimpongo desde ahora mismo como representante oficial–, no voy a molestarme en decir nada sobre usted y su penosa situación. Somos unos parias y siempre lo seremos. Eso es todo.

Ojo, como al contrario corresponda su persona al círculo de los enclenques, enhorabuena. Sin tan siquiera saberlo es usted un afortunado. Tiene lo que nosotros, los menesterosos, tanto envidiamos. Lo llamamos el poder. Aunque el ejemplo lo hemos visto todos a diario en nuestras casas, en el trabajo –por las calles todavía no, pero algo inventarán–, voy a relegarme en esta ocasión al ambiente dentro del comedor del restaurante.

Lo intentaremos explicar claramente para las dos facciones, la de los justos y racionalmente motivados y la de esos malditos locos calenturientos. Ya aviso que escribo como representante de una de ellas, dejo el testigo para que, si algún lector desea responder el bimestre que viene encarnando a mi contraria, pueda hacerlo con su chaquetita puesta.

Comedor lleno. Agosto. Tres de la tarde. 40 grados en la calle. Por redondear. Pueden ser más pero no pongo 43 para que no me tachen de demagogo o algo parecido. Con el aire acondicionado puesto, pues oiga, que se puede aguantar. No es el anuncio del Licor del Polo, pero se sobrevive.

Pues no. No es así. Hace frío. Y ojo, que esta decisión es totalmente dictatorial. Aquí no hay consenso ni votaciones ni tan siquiera súplicas ni oratoria ingeniosa. Esto funciona así: «hace frío, apague el aire».
Y si hay ochenta personas comiendo en la sala y este representante diabólico decide que hace frío, no se va a apiadar de los goterones de sudor del resto de sus compañeros de sala ni de mesa. No.

Se apaga. Y punto.

Y es que el tener frío, se ve que te da tal autoridad sobre el resto de personas equivocadas en la vida –esos depravados calurosos–, que jopetas, hay que orientarlos. Y abrigarlos. Y enseñarles que aunque ellos tengan calor un día soleado de julio, no. No es así. Hace frío. Y vale.

Por favor. Un poco de condescendencia para mi secta. Este humilde siervo equivocado y con el termostato jodido os lo suplica ¡oh, personas frioleras, únicos conocedores de la legítima temperatura!
Por favor, tan sólo pedimos un poco de comprensión, de pena, de misericordial clemencia. Tan sólo pedimos eso. Bueno, y que sea invierno para siempre.

Aunque probablemente tendríamos las de perder. Sería lo mismo, pero con la calefacción.

Es nuestro sino.

Un saludo para mis gélidos amigos y mis glaciales compañeras de trabajo que me hacen sufrir calor día a día. Nuestro corazón, el de los pobres calurosos, es realmente cálido y acogedor. En el fondo os queremos.