mini maquina de coser

Miércoles, 8. Día vigesimosexto

Mientras desayuno, contemplo los garbanzos en remojo que dejo ayer mi madre. Dado que no me deja entrar en su –mi− habitación, ¡cuánto secretismo!, decido aventurarme con los ellos. Al fin y al cabo, son una legumbre más.

Los escurro y esperando que las cazuelas tengan memoria, los pongo en la de veinte litros, que le estoy cogiendo cariño. Añado agua mineral –no los veinte litros, no soy mi madre− para que no le aporte sabor a cal –lo leí no sé dónde y tengo suficientes litros− y le doy marcha al fuego, no sin antes salar. Creo recordar que por algo de la ósmosis el caldo queda más sabroso. ¿O era al revés?

Consulto en la red, mientras el agua va tomando temperatura, acerca del compango de los garbanzos de vigilia. Algo más que huevo duro llevarán.

Para cuando adquiero conocimiento –de la vigilia, se entiende−: espinacas, bacalao, huevo duro, además del sofrito y laurel, el agua bulle alegremente. Decido que con saber los ingredientes ya me basta. Tendré que hacer el consabido sofrito y cocer los huevos en su gallinita eléctrica. Como las espinacas y el bacalao están congelados, los añado ya para que se vayan haciendo.

Justo entonces entra mi madre, tan contenta que hasta se ha olvidado de desayunar. Mira hijo, te he hecho unas mascarillas, para cuando tengas que salir a la calle. Lo que me trajeron ayer eran cosas para coser. No entiendo nada. Sí, hijo, hablé con tu hermana para que me hiciera llegar mi costurero, pero hizo algo todavía mejor. Me ha regalado una máquina de coser móvil, que con mi artitritis…Desvelado al fin el contenido del misterioso paquete.

Mira que modernas, de colores. ¿Y la tela? Oh, de unas camisetas viejas que tenías arrinconadas en el armario. ¡Cielos!, mi colección de camisetas… Corro raudo al dormitorio. Y sí, allí están, los restos de los recuerdos del Zaragoza Beer Festival, del Birragoza, del BBF,… Eso sí, dispongo de una decena de coloristas mascarillas: moradas, negras, amarillo-cerveza, rojas…

Resignado, madre no hay más que una, le digo que yo también le estoy preparando una sorpresa. Garbanzos de vigilia: mira qué bien huelen. Pero si no hierve, dice. Que acabo de añadir el bacalao y las espinacas, en seguida se calienta.

Se te van a encallar. ¿Has echado los garbanzos cuando el agua hervía? No, por cierto. ¿Has añadido un poco de bicarbonato? Tampoco. ¿Sal? Eso sí. Pues mal, endurece la piel. Se te encallan, seguro.

¿Mande? Que se van a poner duros, me explica. Busco en la tablet. La palabreja no existe para el Real diccionario, pero san google me lo aclara. Parece que no hay remedio, a pesar de que va contra toda lógica de la naturaleza. Cualquier cuerpo sumergido en agua hirviendo tiende a ablandarse: pasa con el resto de legumbres, con la pasta, con las verduras, con el arroz, con la carne, con el pescado… Bueno, con los huevos, no, es cierto, pero no son líquidos. Rectifico: Cualquier cuerpo sólido comestible sumergido en agua hirviendo tiende a ablandarse.

Sin remedio. Duros, duros. Trataré de remendarlos, pero parece complicado, ni siquiera el foro cocina.enfemenino ofrece soluciones. Sin embargo, las espinacas y el bacalao están aceptables. Y no me quedan de bote, los gasté el lunes.

¿Escribí antes pasta? He ahí la solución: pasta de vigilia, suena tan bien que hasta quizá pueda subirlo a las redes, como un descubrimiento personal. ¿Qué tengo? Galets Dandro Desii; si el las usa como sopa en Navidad, ¿por qué no yo en Semana Santa, como guiso? Hecho.

Me lleva un tiempo ir retirando todos los garbanzos de la cazuela, que reservo −¿para qué?− separados del abundante bacalao y las espinacas esparramadas. Ya puestos, cuezo la pasta –once minutos, de estricto reloj− en el caldo, que ese sí sabe a garbanzos.

Se puede comer. Y desde, luego es diferente.

Los garbanzos encallados los dejo en el horno, a 180º C, bien rodeados de especias, para que se tuesten al menos. Caerán por la tarde, acompañando a otra película de romanos, la que toque.

En días anteriores…