Los orígenes del Primero de mayo, el Día de los trabajadores, se encuentran en las huelgas obreras de finales del XIX, especialmente en Chicago. Ciudad donde también por aquellas fechas nacieron los primeros mataderos industriales, quizá el único sector agroalimentario donde podrían aplicarse las enseñanzas marxistas sobre la plusvalía.

Pues gracias a la gran ganadería intensivista, se garantiza una constante materia prima que hace funcionar de forma continua a mataderos y empresas empacadoras de carne. El resto dependen de la llegada de los alimentos, estacionales –aunque cada vez menos, debido a la globalización– los vegetales y dependientes de las condiciones de la mar, los pescados y mariscos.

Lo que no implica que la agroalimentación no deba celebrar este primero de mayo. Tanto si atendemos a la reivindicación de mejoras de los asalariados –temporeros, trabajadores de conserveras y mataderos–, como a la valoración de los trabajadores en general. Pues también lo son agricultores, ganaderos, hosteleros, tenderos, que sostienen el sector.

Muchos son los problemas de estos trabajadores, desde los precios en origen y el respeto a la cadena de valor, hasta que el consumidor asuma la ardua tarea que esconde una lata de espárragos nacionales y esté dispuesto a abonar un precio justo, no determinado por la producción mediocre a gran escala, que, eso sí, sigue siendo necesaria. Asuntos que no se pueden solucionar a través de una huelga o un convenio colectivo, sino que exigen medidas estructurales. Sin olvidar las estrictamente culturales.

Celebremos en lo que nos toca este Primero de mayo, aunque nos toque entrecavar, embotar, regar, vender habas o servir vino, tapas y comidas. Yendo al fondo de la celebración se trata de dignificar lo que hacemos la inmensa mayoría de la ciudadanía, trabajar.

Otra cosa es que el campo no descanse y que los pequeños agricultores, como los de la Muestra agroecológica de Zaragoza, que sí se celebra mañana, tengan que dar salida ‘fresca’ al fruto de su trabajo.