Este año, debido a la pandemia y sus restricciones, no estaremos tantos apoyando en la calle a la tractorada. Pero con nuestros hechos cotidianos podemos solidarizarnos, incluso de forma más efectiva, con los productores de nuestros alimentos, que no otra cosa son quienes ayer se acercaron a Zaragoza.

Muchos piensan que son las grandes cadenas de distribución quienes determinan nuestras opciones de compra. Y así es en parte. Pero parece evidente que, sin la presión de los consumidores, los lineales no ofrecerían tanto producto ecológico; no habría paquetes unipersonales o para parejas; o habría desaparecido prácticamente la venta a granel.

Ciertamente, y a pesar de las nuevas normativas, estas estructuras determinan en gran medida los precios de origen y destino, pero quedan muchos huecos que ese ‘tractorista solidario’ puede ocupar.

Por supuesto, el recurso a la venta y compra directa; proveerse en las tiendas de proximidad, más ligadas a los pequeños productores; elegir alimentos de proximidad y obviar aquellos que provienen de lejanos países.

Y entender que el precio va mucho más allá del coste del producto, que, por cierto, vamos a introducir en nuestro cuerpo, con lo que afectará a nuestra salud.

¿Recuerdan la carencia de materiales al principio de la pandemia? Las mascarillas, los test, todo venía del lejano Oriente. ¿Y si la globalización alimentaria hubiera estado más avanzada? Con cereales provenientes de Sudamérica, legumbres de México, tomates de África, cordero de Irlanda, cerdo de China… Porque esa es la tendencia.

Cada cual pagamos menos dinero, sí, por la tecnología o la ropa que vienen de lejos, pero olvidamos los costes que asume el común: medioambientales, cambio climático, infraestructuras, sanidad, etc.

Tan importante como aplaudir al del tractor es respetar el fruto de su trabajo. Y eso está en nuestras manos, cada día, con solo seleccionar nuestra opción de compra. La que puede garantizar el futuro de nuestros hijos.