Poco a poco parece que vuelven las propuestas gastronómicas. Más allá de acudir a nuestros bares y restaurantes habituales –si es que siguen abiertos–, comienzan a aflorar diferentes eventos y retornan otros, siempre con las medidas y precauciones que impone la pandemia. Pues la vacuna palía, pero no impide la propagación del virus.

Sentado lo anterior, nada parece impedir que acudamos ordenada y separadamente a disfrutar de los cócteles creados para homenajear a Goya, que degustemos las propuestas del próximo ZGZ Burger Fest, nos preparemos para descubrir la oferta de las gastronetas aragonesas –demasiado tiempo en los garajes llevan– y del fresco Viñas del Vero en el parque a principios de junio, o esperemos a final de mes para atacar las tapas del programa Gastrotapas, auspiciado por Horeca Zaragoza.

No son eventos masivos, con grandes aglomeraciones –que tardarán, tristemente–, pero sí sensatas propuestas para satisfacer nuestras necesidades de ocio gastronómico y dar vida a un sector que sigue esperando la llegada de las ayudas.  Pronto, se supone, podremos cenar en nuestra mesa preferida y llegarán jornadas temáticas o de producto, tan abundantes en aquel lejano 2019.

Es cierto que muchos se han acostumbrado a la gastronomía hogareña, al descubrimiento de tantas latas y botes exquisitos, al calor de un buen vino o cerveza. Mas no es igual descorchar tú, que te abran la botella; abrir una lata de cerveza, que verla salir del grifo mientras se forma la espuma; compartir unas anchoas en mantequilla o repetir ese arroz que tan bien le sale al cuñado, que alucinar ante la presentación del plato que te acercan desde la cocina.

No son hechos incompatibles, por supuesto. Son placeres que pueden alternarse. Pero quienes amamos el modo de vida mediterráneo necesitamos compartir con los nuestros, sí, pero también con la cercanía de unos desconocidos que hacen, precisamente lo mismo.

El onanismo gastronómico puede resultar interesante, pero el compartido lo es mucho más. Sin duda. Y todos lo necesitamos.