ECO Embajadores

 

La biodiversidad está por todas partes y protegerla con la agroecología es la única solución que tenemos para preservar las comunidades locales, la comida local y el planeta».

Estas palabras de Serena Milano, secretaria general de la Fundación de Slow Food para la Biodiversidad, me parecen muy adecuadas para introducir el artículo de Caracoleando de esta edición. Si en el 2019, primera del proyecto Embajadores de la Biodiversidad nos pareció de lo más interesante, esta segunda nos ha resultado realmente cautivadora. Se trata de un proyecto del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón realizado a través de su Banco de Germoplasma Hortícola, BGHZ-CITA, que cuenta con la colaboración de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, cuyo objetivo es el fomento de la cultura científica, tecnológica y de la innovación.

La idea es bonita y esperanzadora. Imagino a la persona que se le ocurrió, contemplando algún huerto pequeño donde el agricultor o la agricultora, al alzar la vista, comentara en voz alta: «Antes cultivaba los melones que eran el orgullo de este pueblo, pero desaparecieron las semillas y ahora no nos queda más remedio que plantar las que nos suministran las casas comerciales…»

En ese instante es cuando esa persona que detuvo el paso en su caminar, como tantas otras veces, plasmó en su mente lo que se podría hacer para que los hortelanos pudieran seguir plantando aquellas variedades de semillas que se habían acostumbrado tanto a esa tierra y a ese clima, que eran capaces de dar los mejores frutos. Hay que añadir que esa persona era y sigue siendo, la responsable del Banco de Germoplasma Hortícola de Zaragoza, que atesora más de 18 000 entradas pertenecientes a más de 300 especies, tanto cultivadas como silvestres.

Este proyecto trata de concienciar de la importancia y de la urgencia de la conservación de la biodiversidad que nos rodea, ya que es esencial para nuestra supervivencia, porque esa riqueza de variedades es lo que permite a los sistemas agrícolas resistir y superar los problemas medioambientales, las pandemias y las crisis climáticas.

Y, efectivamente, resultó todo un acierto, porque la iniciativa caló tan hondo que, si en el primer año, la Red era de 31 centros educativos, con 59 muestras y 30 variedades, en este año, se han sumado otros muchos, llegando a estar formada por 84 centros educativos –desde Infantil hasta Bachillerato y Formación Profesional–. De esta manera, se ha logrado aumentar a 244 muestras y 39 variedades, de las que han podido completar todo el ciclo habas y bisaltos desde su siembra hasta su recolección, por coincidir con la duración del curso escolar.

Los verdaderos protagonistas son los hortelanos de las tres provincias aragonesas, denominados Embajadores mentores, quienes se encargan de plantar y cuidar las semillas de aquellos cultivos que han dejado de estar presentes en sus lugares de origen por alguna razón. En 2021 han participado 53, que son ayudados en el seguimiento en campo, en documentación escrita y fotográfica por los llamados Embajadores mediadores, que están en estrecho contacto digital con el CITA, desde donde se comparan los resultados obtenidos de las mismas hortalizas que se han desarrollado en la parcela experimental que poseen en el Campus de Aula Dei de Montañana.

Para que este excelente proyecto tenga una mayor proyección en toda la sociedad, existe un tercer grupo de Embajadores divulgativos. Aquí es donde Slow Food entra a formar parte de este engranaje tan bien coordinado, junto con muchos otros colectivos, que valoran la gran importancia de las producciones locales en nuestra vida cotidiana y el papel fundamental de los hortelanos para la salvaguarda de las semillas autóctonas.

Por ello, aprovecho estas líneas para agradecer y felicitar a la doctora Cristina Mallor y a su equipo del Banco de Germoplasma Hortícola de Zaragoza por continuar con la labor del mismo que desde hace 40 años vela por la biodiversidad.