«Las mejores garnachas del mundo están aquí, en Navarra». Leído así –se trata de un anuncio publicitario aparecido hace unas semanas en diferentes medios– parece un poco fuerte; y más, visto desde esta tierra, que también presumen, y con razón, de la misma variedad, cuyo origen cierto se sitúa en el valle medio del Ebro. Especialmente, ahora, a la vista del resultado.

No vamos a entrar en discusiones acerca del aserto anterior. Pues «mejor», en vino, es subjetivo –el adjetivo «peor» es bastante más objetivo– y además las añadas cambian con el tiempo. Pero no se puede negar la veracidad de la frasecita.

Pues la frase, aunque polisémica –como la buena publicidad– es cierta. Ya que Navarra acogió a principios de este mes el Concurso Internacional Garnachas del Mundo, lo que hizo que las mejores del mundo, al menos las que buscan reconocimiento, estuvieran en la comunidad vecina; siquiera por unos días.

Se quita uno el sombrero. Ya le hubiera gustado inventar la frase hace unos años y vendérsela al Campo de Borja, donde se celebró no hace mucho otra edición de este concurso. Y hay que saludar la astucia y celeridad de nuestros vecinos para posicionarse en un ámbito de prestigio, pues la garnacha sigue siendo un buen argumento para vender vino.

Lo que viene a explicitar la necesidad de combinar, en la promoción de alimentos, las estrategias –a largo plazo, por definición– con las tácticas, a corto, aunque sean casi guerrilleras o carlistas, vaya usted a saber. Lo digital, con lo analógico; la presencia en ferias, con acciones concretas de promoción en aquellos lugares donde tenga sentido. El verse en casa –fundamental– para los de aquí y los que vienen, pero también salir más allá de nuestras fronteras. Y, especialmente, recordar que del mismo modo que las croquetas de la madre son siempre las mejores del mundo, los productos de casa también, lo que sirve para cualquier terruño del planeta.

Y hasta aquí podemos escribir, que cada cual saque sus ‘consecuencias’.