Escribíamos la semana pasada que no hubo concursos de vinos genéricos de Aragón o sus denominaciones. Error, grave error, como ha señalado un amable lector. En descarga del firmante, google apenas se ocupa de asuntos cotidianos del pasado siglo, y la memoria, aunque se presuma de ella, suele ser frágil y engañosa.

De forma que volvimos a las fuentes originales, los textos escritos. Y sí, resulta que uno reseñó en octubre de 1996 el concurso, ya en su décima edición, que se concedía en las modalidades de vinos jóvenes –blanco, rosado y tinto–, crianza, reserva, gran reserva y vino de licor a los vinos de la DOP Cariñena.

Pero no solo eso, hace 26 años, se celebraba una interesante comida en la que los vinos se maridaban con diferentes platos. Diseñada por el añorado Pedro González Vivanco, en aquella ocasión, los platos se inspiraban en la cultura gastronómica aragonesa, pues además de los tomados de recetarios populares, recreó las magras con tomate de Bardají, las goyescas angulas del general Palafox o el chilindrón según Luis Bandrés y Julio Alejandro.

Desde esta provecta edad, casi tres décadas después, uno se pregunta cuándo desapareció y por qué ese interés por nuestra gastronomía, que parece volver ahora al amparo del calorcito de los presupuestos institucionales. Y qué hubiera pasado si tantas iniciativas inauguradas en aquella década prodigiosa hubieran podido alcanzar el vuelo que debían. Así nos encontramos hoy, casi volviendo a descubrir América, cuando ya todos son cristianos.

Respecto a los concursos, incluido este de la Asociación Vinos de Aragón, buenos son, si se desarrollan desde la limpidez, coherencia y transparencia, si su objetivo no es el mero lucro. Como parece que sucede con el citado, que ya ha recibido una generosa cantidad de muestras para su cata, a ciegas, por parte de un heterogéneo panel, que viene a representar al sector vinícola aragonés.

Especialmente si trata de premiar a los mejores, sin denostar al resto, pues en esta tierra, como bien sabía Goya, somos muy dados a utilizar los garrotes como vehículo de comunicación.