Parece imposible encontrar otro lugar en España, ni el resto del mundo, que acumule tantos eventos gastronómicos a la vez. La próxima semana, en Zaragoza y provincia, se estarán celebrando a la vez, por orden de inauguración: Certamen de restaurantes, Concurso de tapas, Ruta gastronómica del toro, Jornadas gastronómicas Juan Altamiras, el Zaragoza Cachopo Fest y la Ruta del Cocido. Y menos mal que la Liga de la Tortilla se ha pospuesto a principios del próximo año y el año iberoamericano sigue bajo mínimos.

Sin olvidar un fin de semana de ferias, como la del chocolate, en Zaragoza, o EcoAragón, en Lécera. Amén de las numerosas catas y jornadas que proponen establecimientos concretos, desde la cocina francesa a las micológicas, o el retorno de las comidas y cenas navideñas.

Parece difícil encontrar el porqué de esta concentración, más allá de la caducidad de determinadas subvenciones públicas o ese mito de que noviembre fuera un mes aburrido y sin propuestas. ¿Qué será, pues, de febrero?

Surge la pregunta inmediata: ¿Hay público para tanto evento? No lo sabemos pues, salvo excepciones, apenas se ofrecen datos de asistencia a posteriori, por mucho que haya dineros públicos invertidos. Y, ciertamente, la ciudadanía llega a este pletórico otoño con el cinturón apretado.

Cierto que cada cual puede programar sus eventos cuando mejor le venga en gana, pero sería deseable una mayor coordinación y distribución a lo largo del año, para que los aficionados pudieran disfrutar de un mayor número de propuestas.

Quizá, como en los conflictos laborales, necesitemos en el sector la figura del mediador. Alguien que se reúna con los actores del sector –asociaciones, particulares y la propia administración– y les persuada para poner orden en la oferta. Y si, además, se logra promocionarlo de forma conjunta, miel sobre hojuelas.

¿Desde turismo, quizá? Así descubriríamos al resto de España la ingente cantidad de eventos que se generan desde Zaragoza y Aragón, logrando una promoción gastronómica diferente, más allá de los valores intrínsecos de cada bar o restaurante. Ahí queda.