Sorprendióse un ocasional visitante del mercado agroecológico de los sábados en la plaza del Pilar, al descubrir una sandía ‒en realidad todas las que allí se ofrecen‒ con pepitas. Sí, con esas molestas semillas que son las que posibilitan que, el próximo año, de allí pueda surgir otra refrescante fruta verde.

A no mucho tardar, la mayoría de la población creerá que las sandías no tienen pepitas, que esa enorme fruta sin el negro jazpeado llega en su estado general. Sepan, no obstante y para presumir como buen cuñao, que también tiene semillas, simplemente inmaduras, fruto de una hibridación que comenzó en Japón a finales de los años 30. Triploides se llaman estas sandías, por cierto, y también, por la inmadurez de las mismas, se puede denominar estenospermocárpicas.

No es la única fruta a la que hemos eliminado las semillas, pues las uvas sin pepitas también son ya habituales. Una alianza entre los consumidores perezosos y la industria agroalimentaria, cuya primera consecuencia es la imposibilidad de reproducirse. Como por otra parte sucede con numerosos vegetales híbridos, muchos tomates, sin ir más lejos.

No es novedad que la humanidad trate de domesticar a la naturaleza. Lo lleva haciendo miles de años desde el Neolítico. Los primeros plátanos estaban plagados de semillas, y gordas, que han ido desapareciendo a la vez que se incrementaba su carnosidad y sabor.

No será uno quien renuncie a los avances agronómicos, gracias a los cuales disfrutamos de una alimentación más saludable y sabrosa. Pero sí observa con bastante resquemor la rapidez con la que se suceden los cambios en los productos procedentes del campo que consumimos. Pues un laboratorio es incapaz de reproducir las complicadas relaciones que existen en la naturaleza, las interacciones entre miles de elementos.

Que se produzcan sandías cuadradas, ocurrencia del diseñador ‒japonés también‒ Tomoyuki Ono, no deja de ser una especie de chiste para el que basta dejar que la fruta crezca en un molde adecuado.

Pero cuando se comienza a manipular la genética, copiar, cortar y pegar genes, sin esperar un tiempo prudencial para que el resultado llegue al mercado, la cosa cambia radicalmente.