En más ocasiones de las que desearía, y ahora en Navidades las pintan calvas, familiares, amigos, conocidos y otros animales como diría Gerard Durrell, al ofrecerles una cerveza de las que considero
exquisitas, se disculpan argumentando que ellos son más de vino. ¡Por Tutatis!, bramo para mis adentros cual espantado Astérix … bueno, en mi caso, más bien Obélix.

Como polos con la misma carga magnética parecería que fuera imposible deleitarse con ambos tipos de elaboraciones sin cometer apostasía. Nosotros, y me tomo la libertad de incluirles a ustedes queridos lectores, como respetables hedonistas, no renunciamos a ninguno de los dos fermentados.

Dicho todo lo anterior, paso a hablarles del estilo de cerveza que más se puede asimilar a un buen vino tinto sin utilizar en su elaboración nada que nos hiciera sospechar. Al leer el encabezamiento verán que me refiero a la Flanders Red Ale, cerveza autóctona de la región belga de Flandes Occidental.

En la ya tantas veces mencionada Guía de estilos de cerveza y en el epígrafe de las European Sour Ale –Ales ácidas europeas– nos encontramos con este peculiar estilo. Hablamos de una cerveza autóctona de dicha región belga que de la mano de una cervecera, Rodenbach, ubicada en la población de Roeselare desde el año 1821, me atrevo a decir que es el máximo exponente de este tipo de cerveza.

Popularmente conocida como el Borgoña de Bélgica es de paladar intenso y cuerpo firme, de color rojo castaño y carácter agridulce; con alto sabor frutal a cerezas, ciruelas, grosellas, cítricos, y notas leves de
vainilla o chocolate. De aspecto nítido, claro, con cabeza de espuma que va de color blanco a canela pálido, y buena retención de la misma.

Lo más significativo de estas cervezas es su proceso de elaboración. La fermentación primaria se realiza de la forma habitual, en recipientes de acero inoxidable. Posteriormente la guarda y añejamiento tiene lugar en madera, sin recubrimiento alguno y en grandes cubas –foeder, en neerlandés– que llegan hasta el techo de la cervecera. Este proceso dura entre 8 y 18 meses, añadiendo a la cerveza sabores de caramelo, tánicos y ácidos. A medida que la cerveza va envejeciendo se desarrolla el ácido láctico y existe una interacción con las bacterias acéticas de la madera produciendo una fermentación secundaria. Por último se realiza una mezcla o coupage entre cervezas envejecidas y otras jóvenes, siendo estabilizada finalmente mediante la pasteurización.

Si he logrado despertar su curiosidad por probar este particular estilo de cerveza, me voy a permitir recomendarles alguna de ellas que resulta factible que puedan encontrar en establecimientos especializados de nuestro territorio. Empezaríamos por la Duquesa de Borgoña –Duchesse de Bourgogne – Brouwerij Verhaeghe–, con un 6% de contenido alcohólico; en esta cerveza prevalece el dulzor sobre la acidez por lo que puede ser un comienzo más fácil. Cualquiera de estas tres elaboraciones de la ya mencionada Rodenbach –Brouwerij Rodenbach– es altamente recomendable: la Classic, coupage de cerveza envejecida durante un mínimo de dieciocho meses y otra joven de cinco o seis semanas con volumen alcohólico del 4,6%. La Gran Cru, exclusivamente cerveza envejecida, rotunda, oscura y con un 5,2% de volumen alcohólico. Una tercera versión, la Alexander, mezcla de dos tercios de envejecida durante dos años y un tercio de joven macerada con cerezas y un volumen alcohólico del 5,6%. Si después de probar alguna de las anteriores, quedan encantados y tienen la posibilidad de viajar por la región de Flandes Occidental, pueden encontrar otras cerveceras que también elaboran este estilo.

Para finalizar decirles que hay un proverbio inglés que reza: Grape or grain but never the twain –uva o grabo, pero nunca los dos–, que durante mi trayectoria he procurado seguir al pie de la letra. Les aconsejo que lo hagan; y si alguna vez tienen la tentación de desoírlo, piensen que siempre nos quedarán las Rojas de Flandes.