Dentro de los daños colaterales que rodean al mundo de la cerveza, hay uno que destaca sobre todos los demás: el mundo de los coleccionistas de objetos relacionados con la cerveza, llamada breweriana en su acepción inglesa, o cervesiafilia que nos remite más a una patología que a algo tan inocente como el coleccionismo.

Los objetos a coleccionar son tan variados como posibilidades nos dan los Departamentos de Marketing de las cerveceras. Sin ánimo de ser exhaustivo y por poner algunos ejemplos, los coleccionismos van desde los más simples y extendidos como botellas y latas, posavasos, abrebotellas, cristalería; los que requieren una cierta interacción como pueden ser las etiquetas o las chapas –tapones corona–; hasta los más sofisticados, acciones de compañías cerveceras, carteles decorativos tanto en chapa como luminosos o tiradores y columnas de cerveza.
Debo confesar que soy coleccionista. Algo tan inocente como que te sirvan una cerveza con su correspondiente copa grabada, serigrafiada o impresa con el logotipo de la cervecera responsable, crea una pulsión, despierta un apetito voraz por poseerla y, ¡ay, amigos!, la vida deja de tener sentido hasta que la consigues. Es probable que el tono de la explicación sea algo exagerado pero si usted, querido lector es coleccionista, puede que asienta inconscientemente mientras lo lee.

¿Es el coleccionismo una patología? Comentaba más arriba, bromeando, que la denominación, de cervesafilia nos recuerda a algún tipo de dolencia; pero la acumulación de objetos puede tener dos vertientes, una, la más excelsa supone la creación de los museos y, la otra, la cara más oculta y preocupante, la que desemboca en el conocido síndrome de Diógenes.
Conozco a unos cuantos coleccionistas y el cuidado, casi mimo, que ponen en sus colecciones, y por como las muestran y como explican su consecución, demuestra que detrás de cada uno de sus objetos se esconde una historia, una anécdota, un viaje. Son la historia de su vida. Algo tan banal como un posavasos puede encerrar más vivencias, más literatura que el objeto más precioso que se pueda comprar. Por otro lado, el coleccionista al que solo le preocupa, la acumulación desaforada de los objetos de su colección, hace que se pierda la lírica que engrandece cualquier colección, independientemente de la cantidad y calidad de esta.

Otra circunstancia que suele acompañar a las colecciones y siempre hablo relacionándolo con la cerveza ya que es el que más conozco, es el hecho de limitar las colecciones, especializándose en algo. Resultaría una labor titánica intentar abarcar la totalidad de objetos existentes en un tema tan amplio. El comienzo suele ser desaforado, acumulas todo lo posible; es lo que tiene la juventud y vivir en casa de los padres. Poco a poco entras en razón y vas acotando tu colección, si empezaste por ejemplo, con botellas, las circunscribes a las que probaste y disfrutaste, por consiguiente eliminas las que te trajeron familiares, amigos viajeros o te regalaron. El siguiente paso puede ser el de limitarse a cervezas de un determinado estilo, de un continente o de un país, o un criterio estético: las que presentan etiquetas más singulares o formas más caprichosas. Y, normalmente, el paso final es el de despegar las etiquetas, con técnicas muy sofisticadas no se crean, y guardarlas como tesoros en álbumes, más cómodos y fáciles de almacenar.

En este final es más que probable que usted, querido coleccionista, ya conviva con su pareja.
En nuestra vocación de ser de utilidad pública, cómo se nota que escribo en periodo electoral, informarles de que en España y desde el año 1987 existe el Club Español de Coleccionismo Cervecero (CELCE), que publica una revista trimestral, CELCE Magazine con diversos artículos e información de las novedades que van apareciendo en el mercado.