Vaya por delante que uno desconocía la cuarta acepción de la palabra cachete, «nalga, porción carnosa y redondeada», habitual en Andalucía, Argentina y Chile. De forma que lo sintió en su primera acepción, que sí conoce −«golpe ligero que se da en la cara u otra parte del cuerpo con la palma de la mano»−, cuando descubrió en la redes la última campaña promocional del Melocotón de Calanda.

Bien está, como repite el consejero Olona –todavía manco de cuartos para ello− que hay que compartir el secreto, dar a conocer nuestros productos, aquí y allá, pero no todo sirve cuando se trata de promocionar nuestra agroalimentación.

Aunque los dobles sentidos, especialmente los relacionados con la sexualidad, suelen funcionar a la hora de captar la atención, con las cosas del comer no se juega, o no se debería.  Y no solamente porque pronto saldrá quien denigre y ataque la campaña por su carácter sexista, sino porque es el producto el que sale debilitado. Por más que consiga notoriedad pública. De hecho, tan solo las ingeniosas menciones «nada nos sonroja» e «impuntuales por naturaleza» aluden al melocotón del bajo Aragón –su color amarillo, la recolección tardía− y lo diferencian de los otros, que también podrían afirmar «nos gusta enseñar carne», «el mordisco más dulce» o «el cachete está para lucirlo».

Se supone que nuestro gobierno, tan puntilloso a la hora de revisar el tamaño de sus propios logotipos en los actos que subvenciona, será conocedor de esta campaña, que cuenta además con el aval del Ministerio de Agricultura y Alimentación y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.

Quizá uno se haga mayor, pero no se le olvida que con las cosas de comer no se juega. Y con los dineros del común, tampoco, por exiguos que sean.