Aquel botones. Comenzó su vida laboral como botones en sitges, con apenas quince años. La vuelta a aquel oscuro Teruel de los años sesenta para terminar el bachillerato fue un impacto total, pero allí descubrió la música y la ideología.
De aprendiz de hostelero a cantautor… además de periodista, escritor y biógrafo. como buen jubilado, asume sus tareas de amo de casa, que compagina con las actuaciones y los futuros libros, como sus memorias.
No come bacalao jamás, ni tampoco lácteos, aunque a veces se deje engañar. Y únicamente consume aceite de oliva virgen extra, que para eso trabajó en el molino familiar, en Alloza.
Amo de casa, de día; artista, de noche
Puede que los niños lleguen con un pan bajo el brazo. El que sí lo hace cada vez que va a un restaurante, es Joaquín Carbonell, seguidor incondicional del que elabora su hermano en la panadería La Masada. A fe cierta que bueno está, como podrá avalar Javier Lambán, que comía con sus nuevos diputados autonómicos en el reservado del mismo restaurante, y disfrutó de la barra destinada a nuestra mesa. Se lo perdonamos al flamante Medalla al Mérito Cultural de Aragón, que, por cierto, como le dijo el cantante al presidente, «debería estar pensionada, pues me ha costado una pasta, entre el traje e invitar a la familia».
Ya en la mesa, rechaza absolutamente probar el bacalao. «De pequeño me atraganté con una espina de bacalao y no lo he vuelto a probar», explica, aunque sí come otros tipos de pescado. «Se me clavó una espina y estuve a punto de morir. No quiero oir la palabra bacalao».
Los lácteos también se los prohíbe, pues desde que probó la leche en polvo de los americanos, en el colegio, odia ese sabor. «Asquerosa. Te daban leche y mantequilla, a finales de los cincuenta. No podía con eso; ese sabor se me quedó grabado. Me da asco. A Carlos Herrera le pasa lo mismo, como descubrí cuando me entrevistaba; es en lo único en que coincidimos».
No obstante, aquí sí se permite licencias, le da igual que el helado de baileys lleve leche.
Curiosón
Se fija en el aceite para aliñar, que proviene de Orense. «Si lo sé me traigo el mío, de Alloza, también. En mi pueblo el aceite es imprescindible. Yo, desde que nací, solo he tomado aceite de oliva virgen extra del Bajo Aragón; siempre». Mientras tanto, Ricardo, el maitre, enmienda el error y nos trae aceite, esta vez de Belchite.
Insiste Carbonell, «igual había cuatro molinos en el pueblo. Y nosotros teníamos uno». Su padre, que era maestro, hizo la guerra en el bando republicano, por lo que en el 39 le quitaron el título y tuvo que hacer de todo. «Montó una granja de pollos y llevaba la administración del molino, además de dar clases nocturnas a los pastores. Se vuelve a examinar y recupera el título. Al menos en Alloza no fusilaron, al contrario que en Calanda», recuerda.
Tenían un huerto, separado en tres corros, para los tres hermanos. Y recuerda las latas de sardinas que le traía desde Zaragoza «el capitán de los huevos, que venía a aprovisionarse para la comandancia de Zaragoza y siempre traía latas. He comido muchos huevos, sin aborrecerlos, y sardinas ni te cuento».
Comenzó el bachillerato en Barcelona. «Estudié en los salesianos de Sarriá, porque mi madre es catalana, de los 10 a los 14 años.» Allí fue compañero de Constantino Romero y «como éramos los únicos extranjeros –el maño y el de albacete–, sin ningún acento catalán, nos ponían a leer en la hora de comer. Constantino ya tenía la misma voz». También, pero en un curso inferior, estudiaba Jordi Estadella. «No comíamos mal, pero mi tía, cuando venía con la ropa limpia, me traía sobrasada, que ya nunca falta en mi casa».
La crisis llegó en cuarto, cuando suspendió todo –«la crisis de los catorce»– y se colocó de botones en Sitges, en el hotel Subur. Trabajaba allí en verano, y en invierno en el molino de Alloza. «No sabía nada de nada. Venía del pueblo donde todas iban de negro y aquí las extranjeras enseñando las tetas».
Vuelta a ese Teruel
Su padre le convenció para que al menos terminara el bachillerato elemental. Y cuando lo hizo, que terminara el superior. Acaban de abrir un colegio menor en Teruel y allá, con tres años más que sus compañeros de clase, que se fue Carbonell. Ya se lo dije a Labordeta, «me has jodido por meterme la cultura en la cabeza. Yo ahora sería dueño de una cadena de hostelería».
Carbonell está escribiendo sus memorias en dos partes. «He acabado Teruel; le dedico mucho tiempo a Alloza, una especie de mirada etnográfica, para que se enteren los jóvenes de ahora». Llega hasta que publica el primer disco y «he ido descubriendo cosas que tenía perdidas en la memoria»
Participó en Teruel de aquellos años de locura, del 66 al 70, con Labordeta como profesor y Federico Jiménez Losantos como compañero de clase. Como se ha dicho varias veces, «Era lo más moderno de España, pero España no lo sabía y Teruel tampoco». Una inusual actividad política y cultural, que le cambió la vida, pues incluso consiguieron –sin pretenderlo– que el gobernador civil deportara a Canarias al director de Lucha –precedente del actual Diario de Teruel–, que permitía a estudiantes adolescentes y profesores comprometidos publicar varias páginas al mes. Pero esa etapa, como la España más negra de su niñez, nos la contará pronto el propio autor en sus memorias.
Ama de casa
Ahora, jubilado desde hace cinco años, «por el día soy ama de casa y por la noche artista». Viajes para cantar que aprovecha para disfrutar de uno de sus platos preferidos, las patatas bravas.
No solamente se defiende en la cocina, sino que cuida los gatos, pone la lavadora, plancha, hace la limpieza, «que no acabas nunca; es muy duro ser ama de casa». Cocina y congela también en raciones. «Hago muy bien la tortilla de patata, que conste. Me gustan los platos de pescado, al orio, una zarzuela con marisco, merluza ajada, pollo al chilindrón. No voy a comer fuera nunca». Compra habitualmente en Casetas, «mucha verdura, y poca carne y poco pescado, porque acaba tirado».
Como artista jubilado, puede trabajar hasta llegar a una ciertos ingresos y «cuando llego, me paro». Pero ya «me gustaría ganar un millón cada año, para darle la mitad al estado y que se lo gaste. A ver si cambian la ley». Como nadie cotizó por él hasta que se hizo autónomo como periodista, tiene que seguir trabajando, dice, por más que no pueda disimular su placer ante el escenario o la escritura.
Carbonell, genio y figura, pero sin su característico bigote. «Un día vi que lo llevaban Aznar, Hussein y un tercero que no me acuerdo. Además, se lo acababa de cortar Vázquez Montalbán, así que me animé y hasta hoy».
La comida > La Torre Plaza
Aunque no es habitual consumidor de restaurantes –salvo el Foro, donde acude a todas las jornadas mensuales– y le cueste decidirse por uno, Joaquín Carbonell optó por el céntrico La Torre Plaza, que ya conocía y al que suele acudir. También le cuesta decidirse a la hora de elegir el menú, pero ese es el juego.
Finalmente se decidió por la carta, buscando una ensalada que se concretó en la Corona de tomate y atún –tomate azul maduro, ventresca de atún encebollado, heladito de pepino y aceite de oliva del Bajo Aragón con sal de garnacha–, eligiendo como segundo cualquier pescado –menos bacalao–, que terminó siendo un Rodaballo con patatas y perlas de vinagre balsámico. De postre, un Brownie al 70% de cacao, coronado de cremoso helado de baileys y regado con sopa de chocolate caliente.
Por su parte, Gastro se decantó por el menú del día: Tartar de salmón marinado por nosotros con guacamole artesano y suave salsita de anchoas; Lomo de bacalao de Islandia confitado a baja temperatura en aceite de oliva virgen extra del Bajo Aragón con verduritas de temporada y Ensalada de frutas naturales de temporada con cremoso yogur griego y zumo de naranja recién exprimido, para el fotógrafo; Corazones de alcachofas de Tudela en veluté de jamón ibérico con huevo poché, Bolas caseras estofadas en suquet de setas de temporada y Flan casero, receta tradicional con cremosa nata, para el redactor.
¿Habrá vino de Teruel? Se preguntaba el cantante, que conoce bien el de Cretas, pero no, es una carencia que pronto solventaremos, afirmó el maitre de la casa, Ricardo Arroyo. Y como de blanco se trataba, Carbonell aceptó disfrutar del Pi de Bodegas Langa, DOP Calatayud, elaborado con garnacha blanca, que fue convenientemente facturado.
Cafés y pronta despedida, que los jubilados no dan abasto con sus compromisos. De hecho, se olvidó de su mochila, que fue convenientemente depositada en el cercano bar de su hijo Nicolás, el Drinks & Pool, donde algún día la recogerá.
Pignatelli, 122. Zaragoza. 976 435 115
Horario: de 13 a 15.30 horas, comidas; de 20 a 23 horas, cenas. Cierra domingo noche y lunes. Menú del día: 16 euros. Precio medio a la carta: 30 euros. Admite tarjetas, salvo American Express. Admiten reservas. Aparcamiento público, justo enfrente.