No le hacía falta nombre porque era el de referencia, el grande, el que regulaba antaño los precios de la ciudad. El Mercado Central, que sigue en el centro de Zaragoza, ha reabierto sus puertas, manifestando la grandiosidad de su arquitectura, oculta por el paso del tiempo, y el renovado empuje de sus 75 detallistas, que han visto crecer sus ventas casi un 20% en el provisional que abandonaron hace unos días.

Es de esperar que la ciudadanía responda a la reapertura que ha sido ampliamente reseñada en los medios. La comodidad del nuevo espacio, aliada a su privilegiada ubicación −nada casual y protestada en su momento− al pie del tranvía, deben convertirlo en un comercio de referencia.

Que deberá mantener sus precios ajustados para seguir gozando de la presencia de muchos compradores, pero también avanzar en calidad y productos poco habituales, escaparate también de lo aragonés, como ejerce la Boquería en Barcelona. Para asegurar su futuro, allí deben convivir quienes ajustan su carro de la compra todos los días, con los ‘cocinitas’ que buscan el ingrediente más extraño y exclusivo.

Otro asunto, más peliagudo, será su hipotético atractivo turístico. No llegará, afortunadamente, al caso de la Boquería, donde la afluencia de foráneos casi le impidió continuar con su labor mercantil. Bien está que sea lugar de atractivo paso para visitantes, que se generen recorridos y degustaciones guiadas, pero sin perder su primigenia función, la de mercado local. Y que podamos disfrutar de una hostelería con sentido –está en la mejor despensa de la ciudad−, que debe complementarse con la ya existente en el entorno.