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Según la Agencia española de seguridad alimentaria y nutrición, dependiente del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, la diferencia que se establece entre un producto con fecha de caducidad y otro con fecha de consumo preferente es la siguiente. La fecha de caducidad indica el momento hasta el cual el alimento puede consumirse de forma segura; por su parte la fecha de consumo preferente indica el momento hasta el cual el alimento conserva la calidad prevista.

La diferencia es palmaria, en el caso de consumir algún producto más allá de la fecha de caducidad podemos llegar a poner en riesgo nuestra salud; en el caso de sobrepasar la fecha de consumo preferente, encontraremos un producto cuyas características organolépticas no serán las óptimas, pero con un producto bueno o muy bueno y en absoluto nocivo o peligroso.

Y, ¿qué pasa con la cerveza? se preguntarán ustedes intranquilos e insomnes. Pues nada que les inquiete, ya que la cerveza se encuentra entre los productos alimentarios en los que aparece en su etiquetado la fecha de consumo preferente –BBE, Best Before End, en su sigla en idioma inglés–. Dicho lo cual apacígüense y concilien el sueño, ya que beber esa cerveza que olvidaron al fondo de la despensa o les apareció inopinadamente en el lugar más impensable, no les va a producir ningún efecto nocivo.

A partir del año 2000, existe una normativa europea que obliga la presencia en etiqueta de una fecha de consumo preferente, impuesta a pesar de la oposición mayoritaria de las asociaciones de cerveceros. Tanto en la elaboración como en el envasado de la cerveza se dan unas circunstancias como son: el hervido del cereal malteado, el añadido del lúpulo con sus propiedades antibacterianas, la levadura que coloniza el mosto y la aparición del alcohol; y posteriormente, en el envase, la presencia de escasísimos nutrientes, la baja acidez, los dióxidos de carbono y de azufre, algún compuesto fenólico presente en la cebada y, de nuevo, el alcohol; que hacen que resulte muy improbable que algún microorganismo se desarrolle en la cerveza por mucho que se sobrepase la fecha de consumo.
Otra circunstancia a tener en cuenta es que quien determina la fecha de consumo preferente es el propio productor, que es el principal conocedor de las características de su cerveza y de cómo evoluciona ésta a través del tiempo, teniendo siempre en cuenta que las condiciones en las que se desarrolla sean las idóneas, logística, almacenamiento, distribución, etc.

Se atribuye al escritor estadounidense Henri David Thoreau la conocida frase «toda generalización es falsa, incluso esta», pero generalizaremos a modo de guía elemental a la hora de consumir nuestras cervezas. Diferenciaremos entre las cervezas cuya presencia de lúpulo es alto o muy alto –Pale Ales, APA´s, IPA´s…– y, dado que este es muy volátil se atenúa, por lo que los aromas, el sabor e incluso el amargor que el lúpulo aporta a la cerveza se desvanece lo que no quiere decir, en mi opinión, que se estropee, sino que, en algunos casos, humildemente confieso que me resulta más apetecible. ¡Este lúpulo esta viejo!, clamarán otros. Es paradójico que estilos pensados para su duración en el tiempo, como es el caso de las IPA´s, haya que consumirlas con más premura.

En el otro extremo, encontramos las cervezas cuya columna vertebral son las maltas –ales belgas con altas cantidades de maltas, Porter’s, Stout’s, Barley Wine’s,…–, de alta graduación alcohólica, con maltas más tostadas o negras y más densas, están pensadas para que no solo tengan más trayectoria sino que mejoren con el tiempo y puedo asegurarles en mi caso, que así es.

En el caso de las cervezas con levaduras del tipo Brettanomyces –brett, para los amigos–, entre las que están algunas lámbicas, rojas de Flandes o berliner weisse´s por ejemplo, sus fechas de consumo pueden abarcar varias décadas.

En fin, les pediría que no se les ocurra desechar ninguna botella por la fecha de la etiqueta, comprueben que está en buenas condiciones físicas –aspecto exterior, bien cerrada, que no haya sido expuesta al sol o a altas temperaturas ¡Ya sé que es mucho pedir!–, ábranla con mimo y degústenla, puede que la encuentren buena o todo lo contrario, acaben con ella o que termine sus días en el fregadero, pero no duden de que su salud no sufrirá por el experimento.