M DE MOLINA ARTESANAS ALIMENTARIAS

BUS M de Molina GOC

Las hermanas Molina se ven como un buen equipo. Antonia es la creatividad y Concha, la lógica. FOTO: Gabi Orte Chilindrón.

Con la salmuera en la sangre

 

Concha. La Abuela. Con ella empezó todo. Emprendedora y visionaria. Hacía encurtidos en casa porque la familia siempre ha tenido olivos en Caspe. Pero ella supo ver una necesidad, la de complementar la oferta de aceituna de mesa y su posibilidad comercial. Su hijo Mariano aprendió el oficio en Navarra y La Rioja y juntos crearon en 1954 el germen de M de Molina.

Ellas. Las Dos. Concha y Antonia crecieron en ese ambiente, jugaban, como dicen, entre bidones y barriles, entre olivos. Pero el campo es duro y sus padres, porque su madre María también se sumó al negocio, les insistían en que estudiaran para tener otro futuro. Pero ellas querían ese futuro. Y estudiaron, Concha graduado social y Antonia, auxiliar administrativo. Y volvieron por tozudez, porque era lo que nos gustaba hacer y, además, lo sabíamos hacer. Como decía un amigo de mi padre, si se te mete la salmuera en la sangre, ya no sale… Y eso es lo que nos pasó a nosotras. En 2007, se hacían con las riendas del negocio familiar con una máxima:

La tierra. La clave. El producto es el 50%, si cuidas la materia prima, sea el que sea, después a la hora de trabajarlo es más fácil y el producto final tiene mayor calidad. Y ellas tienen 29 hectáreas en las que cultivan olivos, almendros, frutales, algunas hortalizas y guindillas. Pero al producto, a la tierra, se suma la formación. Imprescindible para ellas. Conocían el proceso, pero no sabían porqué se hace así. Además, en agricultura, todo cambia muy rápido. Si nos llegan a decir hace quince años que íbamos a regar con el ordenador. Madre mía. Hay que formarse continuamente, también en comercialización o marketing, tener herramientas para defendernos.

Empresa femenina. Así se sienten. Como hermanas, aseguran que realizan consejo de administración en el desayuno para decidir las prioridades del día. Se ven como un buen equipo. Antonia es la creatividad y Concha, la lógica. Y a ellas se suman, en recolección o momentos de mucha producción, otras mujeres. Hemos contratado hombres, pero en esta empresa más vale maña que fuerza. Una caja de guindillas pesa seis kilos, no necesitamos fuerza para llevarla, necesitamos habilidad para llenarla. Igual que para hacer banderillas, usamos más maña que fuerza, necesitamos más agilidad, otra forma de trabajo, quizá porque, como hermanas, nos entendemos más.

Las ideas no paran. Ni tampoco su innovación. Han creado 43 productos en diferentes formatos, rozando la locura. Productos como Paté de oliva empeltre con tomates secos de Caspe, Mermelada de pimiento rojo, Aceitunas gordal con pimiento o los Molinitos, los bombones de aceituna y chocolate. Pero también quieren dar a conocer el trabajo que hacen las mujeres en la agricultura, nosotras cogemos el tractor y hacemos las tareas. No pasa nada, míranos, se puede hacer. Y también para concienciar sobre la importancia de saber de dónde vienen los alimentos que compramos, el origen. Que se sepa que los productos tienen nombre y apellido. En su caso, Molina.