Tras muchos, demasiados meses, de permanecer en la despensa, el Centro de Innovación y Tecnología Gastronómica parece volver a primer plano. Lo que quizá debamos agradecer a Ciudadanos que planteó recientemente en las Cortes que se llevara a Barbastro; no salió, no tenía sentido, pero lo devolvió el centro a la agenda política.

El caso es que la consejera del ramo Maru Díaz se reunió hace dos semanas con la Asociación de Hostelería y Turismo de Huesca, a los que prometió una próxima instalación del centro en Walqa, amén de 30 000 euracos para empezar.

Dos consideraciones antes de entrar en materia. La primera, que la consejera ha descubierto que la gastronomía es políticamente rentable, además de poco costosa; ya era hora. Y la segunda, que el centro debería mirar –como así será– más allá de Huesca.

Es obvio que hay muchas carencias en la relación entre hostelería, formación continua y productores agroalimentarios. Probablemente por la dispersión de competencias y la inexistencia de una entidad transversal que los agrupe y coordine.

La creación del centro debería ser una oportunidad para aglutinar a todos los sectores y desarrollar un trabajo eficaz. Que no será, por supuesto, como el del Basque Culinary Center, ni falta que nos hace por el momento.

Es necesario un lugar donde los cocineros conozcan los nuevos productos agroalimentarios y/o recuperen algunos perdidos, pero para que lleguen a nuestras mesas. En el que recibir esa formación continuada que ahora llega de forma discontinua a través de sus asociaciones. Donde se puedan aplicar métodos y técnicas más saludables y sostenibles a los comedores colectivos, comenzando por los fáciles: escuelas y hospitales. Con un buen número de libros para consultar, que no todo está en internet. Donde se prime la rentabilidad social por encima de la económica.

Sin olvidar que el centro solamente será un éxito si, a medio plazo, sus efectos se notan en las mesas públicas.