Directora gerente del CITA,
Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón

CULT Lucia Soriano

Lucía Soriano insiste continuamente en el carácter de servicio público que debe presidir el trabajo del centro que dirige.. FOTO: Gabi Orte Chilindrón

 

¿Qué es el CITA? Explíquelo para que lo entienda cualquier ciudadano.

El CITA es un centro público de investigación –siempre intento remarcar esta parte– de carácter autonómico, que intenta hacer menos hacer ciencia básica, para centrarse en la aplicada. Siempre dentro del sector agroalimentario, para resolver sus problemas específicos.

¿Es un centro suficientemente conocido?

Somos referente a nivel estatal. Estamos entre los primeros de la lista. Se nos mira en ganadería extensiva, en frutales. Pero también debemos ocuparnos de la transferencia, transformando ese conocimiento en innovación. Pertenecemos al departamento de Ciencia, pero trabajamos de la mano con Agricultura para que se de ese impacto real. Lo impone Europa y trabajamos para esa transformación hacia una agroalimentación mas verde, más saludable, más sostenible…

¿A qué se debe la reciente reestructuración del centro?

El CITA tiene una inercia y un pasado muy potentes, lo que es muy bueno, por su solvencia, pero arrastra unas formas de trabajar que no respondían a las necesidades actuales. La estructura de investigación funcionaba bien, pero no facilitaba el trabajo transversal y hay que abrir el abanico. En el apartado de gestión teníamos departamentos de tamaños muy dispares. Así que hemos optado por cuatro grandes departamentos. Tres departamentos: Ciencia Animal, Ciencia Vegetal, y Sistemas Agrícolas, Forestales y Medio Ambiente; y la Unidad Transversal de Economía Agroalimentaria. No ha sido fácil, lo que es bueno, porque la investigación requiere una actitud crítica. Llevamos un largo un proceso participativo. Íbamos a implementarlo en 2021 y al final ha sido este año.

¿Y el cambio de la Fundación?

Con la Fundación Parque Científico Tecnológico de Aula Dei –que ahora será Fundación de Innovación y Transferencia Agroalimentaria de Aragón– hubo también un proceso de reflexión muy profundo para buscar la máxima eficiencia del ecosistema de investigación que tiene el Gobierno de Aragón, evitando duplicidades y uniendo fuerzas.
Una debilidad del CITA era la tecnología y del propio Plan estratégico ya salen las ideas: la transferencia, especialmente a través de los PDR –Planes de Desarrollo Rural– y la cartera de servicios que ofrecemos a la sociedad, asesoría, laboratorio, etc. La Fundación, que cuenta únicamente con financiación pública, ya dispone de un magnífica plantilla para esta tarea.

¿En que aspectos destaca el trabajo del CITA?

Coinciden con la nueva estructura. En Ciencia Animal, en todos los temas de ganadería extensiva, en España –y sin que se me caigan los anillos, en toda Europa–, somos punteros por el conocimiento que generamos. De hecho, nuestra investigadora Isabel Casasús es la presidenta de la Agencia Europea de Ciencia Animal, donde no se llega por casualidad.
Disponemos de investigadores, la finca de La Garcipollera, una joya que nos hace muy atractivos para atraer proyectos europeos, ya que en España no existe otra igual.
En Ciencia Vegetal, toda la parte de frutales; tenemos colecciones bastante singulares; en el almendro, creo que somos la entidad en Aragón que más royalties generamos, ingresos que van para lo publico. Muy valorada por el Ministerio es la Estación de Examen de Distinción, Homogeneidad y Estabilidad, que certifica las variedades de almendro y melocotonero, y en breve otros frutales.
En el departamento de Sistemas Agrícolas, Forestales y Medio Ambiente, somos bastante relevantes en la gestión de purines. La trufa, evidentemente, donde somos un referente a nivel aragonés y estatal, lo que es bueno para Aragón y los productores. En aromáticas también tenemos proyectos muy potentes.

¿Cómo se seleccionan?

Intentamos buscar siempre nuestra singularidad y su valor añadido, siempre en sectores y servicios punteros.
Es importante publicar y tener un nivel de excelencia, porque de lo contrario no puedes acceder a fondos europeos, ni continuar con esa necesaria labor para el campo. Hay que buscar bien ese maridaje entre la ciencia y la transferencia.

¿Se logra?

Nuestro deber como centro público es ser lo más útiles a la sociedad. El Banco de Germoplasma está haciendo una labor muy positiva, especialmente en dar a conocer el CITA, como esos proyectos de ciencia ciudadana. La gente debe entender lo que hacemos y también la importancia de la ciencia para que el mundo sea mejor.
Quizá una de las pocas cosas positivas de la pandemia sea el convencimiento generalizado de la utilidad de la ciencia.

¿Hay duplicidades con la Universidad?

Creo que a día de hoy cada cual entiende cuál es su espacio de trabajo y cómo nos podemos complementar. Nos coordinamos perfectamente a través del IA2 que dirige Rafael Pagán. Hay muy buena sintonía con la Universidad de Zaragoza y, en honor a la verdad, hay que decir que ya me lo encontré. Las cosas que funcionan es mejor no tocarlas.

¿Y con el Departamento de Agricultura?

Igual con Agricultura, donde tenemos un trabajo muy intenso; hemos ido de la mano en el proceso de reflexión. De ahí viene la T del CITA, estarán en el patronato. Estaremos bastante coordinados como no puede ser de otra manera en un centro que trabaja en agroalimentación.

¿Tienen alguna relación con la hostelería?

Sí. La pandemia nos cortó un poco algunas cosas. Tenemos bastantes actividades en marcha que nos relacionan con la hostelería y la gastronomía, más allá de estudios de mercado, de consumo de la carne, de cuánto está dispuesto a pagar el cliente, proyectos que se han hecho desde la unidad de economía.
También proyectos de ciencia ciudadana, como es Micoaragón, donde trabajamos las setas como ingrediente de recetas, la trufa… Hemos publicado un libro de recetas con carne, tenemos relaciones con los Gastro Sitios, con Ambar para su cerveza trufada. Incluso los hermanos Roca estuvieron aquí…

¿Los triestrellados Roca de Can Roca?

Sí. Participan en un proyecto denominado Sembrando futuro –donde colaboró nuestra investigadora Cristina Mallor–, pero vinieron porque querían dar una sorpresa a su madre, recuperando las recetas que les hacía de pequeños, pero con productos ya prácticamente en extinción.
Se enteraron de la existencia del Banco de Germoplasma, vino Josep Roca, estuvo toda una mañana y pudo llevarse el nabo negro de Olot, que era lo que buscaban.