Economía, turismo, gastronomía, agroalimentación, cultura, Tercer Sector… Son las áreas en las que el periodista Javier García Antón le gusta moverse y que destaca en el perfil de su página personal. Pero Javier es mucho más que periodista. Es navarro y huesqueta –ya gana Huesca, donde ha estado 36 de sus 60 años–. Fue desahuciado –como dice en su web– tras 35 años en su casa –el Diario del AltoAragón– y ahora se siente liberado. En la actualidad, es vicepresidente de Relaciones Institucionales de Huesca Suena. También es un lector exagerado, como él mismo dice, que transforma los conceptos en abstracción: en amistad, en compañerismo… Y es amante del vino, al que llegó por una diabetes, y con el que intenta recordar cada día importante de su vida.

«Me bebo la mitad de la cosecha de las DOP de Aragón»

 

VIN Javier García Antón GOC

¿Cuál es su primer recuerdo relacionado con el vino?

Mi padre era sargento de la Guardia Civil en Jaurrieta y, por las tardes, merendábamos pan con vino y azúcar. Era la manera de quitarnos el frío. Tendría yo cuatro o cinco años.

¿Y su primer recuerdo profesional relacionado con el vino?

Quizá como crítico gastronómico, aunque contacto como comunicación en el sector no tengo. Miento. Durante años, escribí la revista Enateca de Enate. Tengo muchísimas historias… Entrevistamos a Agatha Ruiz de la Prada en su despacho. Fuimos Ramón Juste, director de comunicación de Enate, la actual responsable de marketing, Ana Gallego, y yo. Nos hizo esperar como media hora y cuando salió dijo «en esta empresa está prohibido vestir de negro». A Ana le entró una risotada porque Ramón y yo íbamos con traje negro. Fue una entrevista muy inteligente. A final, Ramón le regaló una lámina de arte y ella le rebautizó como «el simpático del Somontano».

Usted, ¿qué quería ser de mayor?

Quería estudiar filología inglesa. Me gustaba el inglés, se me daba bien. Como no había en Pamplona, estudié Periodismo y no me arrepiento.

¿Cómo le explicaría qué es la felicidad a un niño de siete años?

Hacer siempre lo que quieres y que sea lo que debes. Ser coherente.

¿Qué parte de responsabilidad tiene el vino en su felicidad actual?

El vino me hace muy feliz. Yo era un gran bebedor de cerveza, pero me diagnosticaron diabetes tipo 2, tuve que cambiar muchas cosas con todo el miedo que me metió el médico como si fuera un predicador americano que te anuncia el apocalipsis. A los seis meses dejé de ser diabético, pero no he dejado el vino. Y ahora me bebo la mitad de las cosechas de las DOP de Aragón. Además, me gusta quitar la sed con vinos que se asemejen a la cerveza, más frescos. Y para comer, un vino serio.

Hace un año publicaba un artículo que se titulaba Señal de precio y criticaba el esnobismo del que tiran algunos bebedores de vino para impresionar. ¿Hay mucho snob entre los winelover?

No entre los que respetan el vino, pero sí entre los que quieren aparentar. Contaba una anécdota real que pasó en Huesca, la de un hombre que pidió cambiar una botella de 3000 pesetas de entonces porque olía a vino. El propietario cambió el vino de la botella, y le dio uno de 150 pesetas. Y entonces dijo «ahora sí». En el vino hay mucho snobismo y osadía, que no audacia. Se ve en las catas. Mira, recuerdo un viaje para periodistas por los Monegros que organizó hace años Martínez Urtasun en el que un tonelero nos decía «nos decís más que chorradas, que el vino huele a cuero, anda que habréis olido mucho cuero…» Una bofetada a las tonterías de algunos en las catas.

Dicen que todos los españoles llevan dentro un presidente del gobierno y un seleccionador de fútbol. ¿También llevamos ahora un sumiller?

Sí. Y un periodista. Y, ahora, un experto en marketing según el perfil de muchos en LinkedIn. Lo de ser presidente, en torno a una botella se toman mejores decisiones que en el Consejo de Ministros. Seleccionador es muy difícil. Yo soy muy futbolero, hace 53 años que mi padre me llevó a ver un Osasuna-Valladolid y creo que cada vez se menos de fútbol.

Hablar de las emociones del vino ¿es solo imagen?

Para mi, el vino son emociones. El vino es sensorial y, como dice el investigador Carlos López Otín, nosotros somos homo sapiens setiens. Confundimos propaganda con marketing. Pero el vino nos mueve emociones. Aprendí a beber un vino y recordar el momento. Mira, yo trabajé en la sección de Motor, fui a probar un Citröen Saxo y nos regalaron un magnum de Vega Sicilia. Llamé a mi padre y le dije que nos lo beberíamos ese fin de semana cuando fuera a Pamplona. No pude ir y, esa semana, se murió. Me lo bebí con mis hermanos y primos y, a mí, Vega Sicilia me sabe a lágrimas.

¿A quién invitaría a un vino? Personaje histórico, público o alguien de su entorno.

Al Papa Francisco. Soy creyente poco practicante, pero el Papa es un gran proveedor de titulares, imagina con una botella de vino. El segundo al expresidente uruguayo, José Múgica, más allá de su pasado truculento, tiene pensamientos fascinantes. Y a Zelensky, claro.

¿Y quién cree que no se merece ni olerlo?

Voy a decir el fácil, Putin, que con el vodka tiene suficiente. Y digo otro: Chris Rock, porque la agresividad de la palabra es más dura que la de una bofetada que, por supuesto, es condenable e injustificable. Pero no me gustan las bromas sobre enfermedades o discapacidad. La palabra puede ser un arma de destrucción.

¿A quién le debe un vino? (Cita pendiente)

A mucha gente. Llevo una racha apartado del mundanal ruido. Mira, si tengo que elegir, a los cuatro compañeros que despidieron conmigo porque personalizan la lacra de perder un puesto de trabajo como una de las principales condiciones para tener dignidad.

¿Qué ha hecho últimamente para hacer feliz a alguien?

Escribo una columna para mis amigos de Down Huesca y hablo por whatsapp con ellos, y con amigos de Valentia y con una profesora de música. Siempre me ha gustado escuchar y que me escuchen

¿Cómo se ve dentro de diez años?

Viejo [risas]. Eso sí, me veo con la mente más ágil, porque ahora creo que la tengo más ágil que a los 50 y todo gracias a la lectura.

La última. Tiene que escribir un mensaje de WhatsApp a alguien. No me diga a quién, pero sí qué escribiría.

A mucha gente: Aunque no te lo diga, tienes que saber que te quiero.