Todas las tradiciones tienen un origen, por más que normalmente se desconozca. Y pueden ser más o menos impuestas y sugeridas desde arriba, o generadas desde determinados ámbitos y posteriormente aceptadas por toda la sociedad. La Ofrenda del Pilar es un buen ejemplo, pues aún no ha cumplido ochenta años y se antoja varias veces centenaria. Y fue creada desde el poder, desde el Ayuntamiento de Zaragoza, remedando un acto similar en Valencia.

Sin embargo, las fiestas de la capital no han encontrado –quizá ni lo hayan buscado– un símbolo gastronómico que las identifique. Huesca disfruta de su pollo al chilindrón y Teruel merienda masivamente en su plaza de toros, por citar dos ejemplos.

Es cierto que el Ternasco de Aragón aparece en la mayoría de los menús especiales que ofrece la restauración zaragozana, pero el asado no ha alcanzado todavía ese estatus de imprescindible, obligado, como correspondería a una comida tradicional, doméstica. Véase el roscón de san Valero, cuya ausencia en la mesa puede llegar a provocar cismas familiares, incluso entre los menos lamineros.

Probablemente, la condición de urbe de aluvión dificulte encontrar esa comida simbólica, canónica, pero, al menos, habría que intentarlo. Sea el ternasco, sea otro producto o una receta tradicional con sus lógicas variantes. Los antecedentes no son propicios, pues sigue siendo muy difícil encontrar cotidianamente en una mesa pública un plato de borrajas, un pisto o un guiso a la cazadora.

Ni siquiera ese Manto de la Virgen, golosina que nació de los pasteleros zaragozanos, como otras creadas para diferentes ocasiones –el lanzón de san Jorge–, ha logrado hacerse un hueco entre los locales.

Quizá seamos así y no queramos buscar referencias identitarias más allá de la Ofrenda, o de los cánticos de Labordeta al inicio y final de las fiestas. Pero resulta bastante triste que parezca que ‘presumamos’ de cosmopolitas ante esta falta de símbolos gastronómicos, mientras somos tan provincianos para otros asuntos. Pues la comida también es, y mucho, cultura.

Así es la novia del cierzo.