Noviembre ha sido, sin duda, un excelente mes para la gastronomía aragonesa, que ha visto cómo crecen los restaurantes galardonados y sus cocineros gana los premios más importantes en cocina y tapa. También han sido cuatro semanas en las que los aficionados han ido como locos para atender a tantas propuestas como se han concentrado en esta parte final del año. ¡De locos!

Debemos estar contentos porque profesionales aragoneses como Ramón Lapuyade y Toño Rodríguez, o el adoptado Ariel Munguía, de origen hondureño, hayan ganado los más importantes certámenes de cocina. Y que entidades foráneas reconozcan los valores de nuestros bares y restaurantes.

Pero hay que ser realistas. En las recientes entregas de los premios de tapas y de restaurantes, nuestros representantes políticos –se avecinan elecciones y hay que aprovechar– ofrecieron en sus excesivamente largos discursos una imagen idílica de nuestra comunidad, que está muy lejos de la realidad. Contando, por ejemplo, con las opiniones de los profesionales que han participado en los interesantes debates de b(e)Vida, que, quizá por las fechas, han obtenido menos atención del público de la debida.

El caso es que somos poco conocidos más allá de nuestras fronteras. Sigue faltando una promoción transversal de nuestra gastronomía, aliada con el turismo, los productos, los parajes naturales, la historia. Por mucho que nos empeñemos, ni nuestros cocineros, ni nuestros alimentos propios son conocidos en el resto del país. La borraja sigue siendo exótica en Madrid, los gallegos confunden el ternasco con la ternera, y pocos nombres propios aparecen en las publicaciones de difusión general.

No hay que rasgarse las vestiduras. Es lo que hay. Por ello sería interesante que los políticos y todos los profesionales aprovechen los meses que vienen –sin apenas propuestas que llevarse a la boca– para encontrar instrumentos que consoliden a la gastronomía como la actividad transversal que es y la conviertan en asunto de Estado.

Y si luego lo plasman en sus propuestas electorales, miel sobre hojuelas. Hace falta, porque llevamos mucho tiempo en el pelotón, sin apenas escapadas.