La propina parece encontrarse en vías de extinción en nuestro país. Apenas se ve para redondear una cuenta o como agradecimiento ante un servicio excepcional, recompensando así a esos profesionales que cada vez son más difíciles de encontrar. Aquí ha sido siempre una prerrogativa del cliente, al contrario que en Estados Unidos, donde era prácticamente obligatoria –parece que esto va a cambiar–, pues suponía la mayor parte de los ingresos de los camareros.

Pero, al menos en Berlín, parece que está surgiendo una tendencia que, como casi todo, llegará más tarde o más temprano a nuestro país, especialmente con la generalización de los pagos con tarjeta y otros medios electrónicos. Llega el camarero con la cuenta y en el tarjetero aparece la ¿posibilidad? de abonar un suplemento, de entre el 5 y el 20%, en concepto de propina. El cliente, asombrado y quizá amedrentado por la cara del profesional –esa que parece decir: «tu aquí pasándotelo bien, mientras yo trabajo como un burro»– pica la primera vez, pulsa el suplemento intermedio y abandona el local con cierta sensación de estafa. Todavía no es habitual en la mayoría de los establecimientos, pero sí bastante abundante en los frecuentados especialmente por turistas. ¡En Alemania!, donde se supone que los sueldos de la hostelería son dignos.

Quizá llegue a nuestro país y quizá se limite a las zonas turísticas, pero el fenómeno es, cuanto menos, alarmante. Pues mal en el caso de que cobre poco, y mal también si se trata de presionar al cliente turista, habitualmente ignorante de las costumbres locales.

Es obvio que los camareros deben cobrar un sueldo justo y los clientes abonar lo estipulado –para eso están los cartelitos– por los servicios recibidos. De la misma forma que cada vez será más difícil encontrar establecimientos con precios ajustados y profesionales bien pagados.

Deberemos ser los clientes habituales, con nuestro opcional consumo, quienes discriminemos a los buenos de los malos establecimientos. Basta con no volver si nos parece caro. Y dejar la propina en su justo lugar, como una gratificación voluntaria fruto de la satisfacción.