Sale, o debería, salir lo mejor. Y, casi como cada cuatro años, nos encontramos en puertas de las fiestas sin saber exactamente por donde irá la oferta gastronómica de las fiestas, esa que debería poner a la agroalimentación y gastronomía aragonesa en el centro del mapa.

Consolidado aparece el afortunado programa PilarGastroWeek, por el que diferentes restaurantes de la capital ofrecen tanto menús de corte local, como diferentes rutas que reivindican el vermut o el chilindrón, al menos el año pasado, y los alimentos de calidad diferenciada. Seguimos, eso sí, sin lograr definir un plato específicamente pilarista, como sí sucede en otras ciudades. Poco a poco.

Cuando se escriben estas líneas nadie asume la organización de esa muestra de gastronomía en la calle que tantas controversias provoca. No es aragonesa ni de lejos y deja mucho que desear en cuanto a la seguridad alimentaria. A ver qué pasa, que son muchos los intereses allí depositados.

Por su parte, la Carpa Aragón, heredera de la del Ternasco, continúa con su errático devenir. Ni sabemos si se celebrará la tradicional feria de productores, que auspicia Eroski, ni si la oferta gastronómica tendrá sabor local. Algo habrá, sí, en la concentración de gastronetas, el festival Ebro Food Truck, aunque también allí la gastronomía aragonesa está poco representada, pero sí sus profesionales.

Quizá a la ciudadanía o a las propias administraciones les importe un bledo aprovechar estas fechas para la promoción agroalimentaria y gastronómica; es posible. Pero será difícil encontrar una mejor ocasión para mostrar nuestra oferta a los cientos de miles de personas que nos visitan, incluidos medios de comunicación.

Mientras tanto, seguiremos sumando eventos diversos por todo el territorio –comienza el intenso y habitual cuatrimestre aragonés de ‘fartarse’−, esparciendo esfuerzos, pero sin generar esa imagen común, sencilla y sólida. Que es la base para, después, exportar alimentos e importar comensales.

Es lo que hay.