Miss Sushi

Martes, 7. Día vigesimoquinto

Me aturde esta Semana Santa. Habitualmente no suele haber saraos, por lo que salgo poco de casa –nada ahora, claro− y tampoco viajo, que está lleno de gente y no pillas promociones para influencers.

Es decir, tiempo pascual para ordenar la casa. Así, me encuentro al fondo de un armario con una beer powder que me regaló Ambar tiempo atrás. No sé cuánto hace, mas no está caducada esta levure séche de brasserie. Se trata, para los ignaros idiomáticos, de levadura belga de cerveza, destinada a elaborar roscón de reyes que, por supuesto, jamás intenté. Ni lo haré.

Parece ser que hay escasez de levadura. Tras el acopio de papel higiénico, al personal le ha dado por la repostería. Pero yo no me voy a poner a hacer postres como todo el mundo.  ¿Y si la subasto por ebay? Al fin y al cabo, es un producto exclusivo, casi de coleccionista. Indago, pero veo que, en general, se cotiza a la baja. No obstante, la subo, eso sí, con pseudónimo y después de comprobar que las levaduras en puja son todas comerciales, ninguna tan especial como la mía. «Levadura de cerveza de colección; original regalo navideño de Ambar; apenas tres ejemplares disponibles en el mercado –hay que incentivar−; caduca en julio de 2017». Espero venderla antes.

Decido invitar a mi madre comer; es decir, pediré sushis al Sakura. Igual no es el mejor, pero son amigos, aunque no he conseguido colocarles nada en las redes. Y, faltaría más, se comportan a la hora de cobrar. No están; es verdad, los establecimientos chinos cerraron en su mayoría antes de la alerta, en aquella lejana primera semana de marzo. Lo veían venir y, de paso, alertaron a La Zaragoza, que vio como descendían sus ventas bruscamente, ya en la primera semana de marzo. Es lo que tienen los chinos, que hablan mucho entre ellos.

Tendré que optar por una franquicia. Me decido –no hay tanto para elegir− por Miss Sushi, quizá la menos clásica, pero casi mejor, por aquello de que incorpora otros elementos, además del pescado crudo. Eso sí, siempre sin carne; embutidos, sí. Mi madre es católica, pero no talibán.

Llega el pedido. Dudo si salir con la bolsa de plástico, pero igual asusto al repartidor. Como el sí va protegido, abro la puerta y mantenemos las distancias. No le doy propina, por si las monedas están contaminadas. Surtido de sushi: salmón, atún, vieira, lubina, gambón, pero también brie, huevo de codorniz. Y otro de californias: vegetal, vegano, queso y mango.

Hijo, si esto es lo que hicimos ayer, me dice mi madre−¿no le afecta el vermut?, se acuerda de todo−, pero en malo. Mira, el arroz es blanco, no sabe a nada y está pegajoso. Y se han olvidado de hacer el pescado; espera que lo frío en un momento. Trato de explicarle los rudimentos de la cocina japonesa, pero se niega en redondo. Para ella lo crudo llega hasta el boquerón; y porque el vinagre mata todos los gérmenes. Hasta el salmón ahumado –que sí le gusta− pasa por el fuego, dice.

Se empieza con el pescado crudo y se acaba con este corinavirus. Corinavirus mamá. Como se llame. Se come lo que denomina ensaladas de arroz, sin pescado, por supuesto, y yo termino con el resto.

Dedico la tarde a las redes. Todo va de quejarse y de solidaridad, no sé en qué orden. Peno apenas nada que me interese. Vuelvo a pensar en mascarillas, por si acaso, aunque no han insistido últimamente.

Encuentro dos tutoriales interesantes; en uno, un argentino la fabrica a partir de hojas de plástico transparente. Tengo. La hago, no sin esfuerzos. Así ya tengo dos. Y hasta tres, pues Carmen publica un vídeo para hacerse un mascarilla con papel de cocina, y dos gomas. Tres mascarillas, ya, a cuál más bizarra. Sí que rechazo la de Alexandra, bastante sencilla, porque no tenemos pañales; pero parece bastante protectora; si logra que los niños no huelan, qué no hará con el virus.

Suena de nuevo la puerta y mi madre me adelanta, rauda, por el pasillo. Es para mí, es para mí. Efectivamente, es para ella. Casi abraza al operario, que recula asustado hasta la otra puerta del rellano. Coge el paquete del suelo y trata de darle propina. Como el chaval no se atreve a acercarse, dudando entre escaparse escaleras arriba –mi madre bloquea tanto las de bajada, como la puerta del ascensor−, la jefa le tira una moneda de dos euros.

¿Qué significa esto? Le pregunto, mientras ella esconde el paquete, del tamaño de una caja de zapatos. Mañana lo sabrás, dice enigmática. Sea.

En días anteriores…