Enoturismo en Ribera del Duero

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La sala de vinificación es un derroche de pulcritud casi quirúrgica. Allí se proyecta un audiovisual que resume las labores en campo y bodega a lo largo del año. FOTO: Francisco Orós.

 

Pertenecientes al riojano Grupo Faustino, con cuatro generaciones de viticultores y bodegueros a sus espaldas, la aventura de Bodegas Portia se gestó al principio de la década de los 2000 como la extensión hacia Ribera del Duero de un modelo de producción sobradamente exitoso en La Rioja.

El inicio de las obras de Bodegas Portia data de 2006 y para ello se eligió al estudio del célebre arquitecto Norman Foster como autor del proyecto, un diseño obsesionado con la integración en el paisaje. Desde el primer momento se persiguió el mínimo impacto visual y casi podríamos decir que el mimetismo con la suave ondulación de las lomas y colinas circundantes, próximas a la localidad de Gumiel de Izán en la provincia de Burgos.

Para ello se construyó una gran hélice de tres brazos, destinados cada uno de ellos a sala de elaboración, sala de barricas y botellero respectivamente. El eje central de la hélice se convertiría en zona de recepción de visitantes, oficinas, administración y un luminoso restaurante, todo ello parcialmente soterrado. El resultado es imponente y de gran funcionalidad; de hecho durante la vendimia, los tractores con los remolques cargados ascienden por la rampa de uno de los brazos de la hélice, vierten la uva en la tolva de recepción situada en la parte más elevada de la construcción, directamente sobre la sala de elaboración y descienden por otro de los brazos. De esa manera se consigue, por una parte, reducir las interferencias durante el transporte y, por otra, se logra aprovechar la gravedad para recepcionar las bayas, reduciendo así los bombeos y el gasto energético.

Inauguradas en 2010, en Bodegas Portia se elaboran exclusivamente tintos monovarietales de tinta del país, variedad de uva emblemática de la DOP Ribera del Duero. Las 160 hectáreas de viñedo propio diseminadas en 20 kilómetros a la redonda proporcionan aproximadamente un millón de kilogramos de uva al año, con un rendimiento medio de 6300 kilogramos por hectárea. El marco de plantación es siempre en espaldera con el fin de favorecer los trabajos de campo y la mecanización en la vendimia. La única excepción son los vinos de más alta gama, cuya vendimia se realiza de forma manual en cajas para así preservar la integridad de las uvas.

La fermentación de los mostos se efectúa en depósitos de acero inoxidable de 30 000 litros y en idéntico material se realiza la fermentación maloláctica del vino. De nuevo los vinos top de la bodega son mimados en este apartado, ya que realizan la transformación maloláctica en barricas nuevas de roble francés.

La planta embotelladora tiene capacidad para 6000 botellas a la hora y el embotellado se realiza siempre sobre pedido, conservándose el vino terminado en inoxidable hasta el momento de ser embotellado.

El director técnico de Bodegas Portia es el enólogo Raúl Quemada, a cuyo trabajo diario de impecable factura añadió hace un tiempo un interesante proyecto de fermentación integral en barrica de 400 litros, una excentricidad cuyo resultado se desconoce, pues fue vendido en su totalidad a un comprador chino que pujó sin límite alguno hasta hacerse con ese peculiar vino.

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Las luces rojas de la nave de barricas son luz polarizada del sol. FOTO: Francisco Orós.

El interior

En el interior de la bodega, la sala de vinificación es un derroche de pulcritud casi quirúrgica. Reina en ella el acero inoxidable, con esos depósitos troncocónicos perfectamente alineados, visibles desde casi todos los ángulos de la plataforma donde se proyecta para los grupos de visitantes un audiovisual que resume las labores en campo y bodega a los largo de los doce meses del año.

La sala de barricas es un espacio amplio, silencioso y en penumbra que cuenta con unas 2000 unidades de roble francés y americano. En sus paredes se exponen varias obras pictóricas –costumbre cada vez más extendida en las bodegas–, aunque lo que más nos llamó la atención fue una sospechosa fila de luces rojas, misterio que sólo conseguimos comprender cuando nuestro guía nos explicó que en realidad se trataba de la luz polarizada del sol atravesando unas diminutas ventanas estratégicamente ubicadas en la cota cero del exterior de la construcción.

Tan sólo el tiempo y ese reflejo rojizo acompañan a los vinos de Bodegas Portia durante su evolución en barrica.

Quizás la sala más impactante y atractiva desde el punto de vista estético sea el botellero, aunque antes de acceder al mismo, el visitante es introducido en una preciosa antesala, a medio camino entre una lujosa joyería y una exclusiva boutique, donde es posible leer e incluso firmar el libro de honor de la bodega.

Se trata de la sala de nichos, donde los grandes clientes conservan sus vinos embotellados, aunque bien podría ser la caja de seguridad de un banco suizo. Y de nuevo el diseño de Norman Foster se deja notar en esta estancia, donde cada mueble, cada estante e incluso cada lámpara lleva su inconfundible impronta, fusión perfecta de modernidad y sobriedad británicas. Sin entrar en profundidad, el detalle de dar al cierre de cada nicho la forma helicoidal e icónica de Bodegas Portia es sencillamente una demostración de genialidad.

Desde allí, una vez que se atraviesa una preciosa puerta, se accede al botellero, emulando a una antigua biblioteca, a modo de hojas de un gigantesco libro, decenas de paneles verticales de madera perforados por agujeros del diámetro exacto del cuello de una botella, permiten el reposo horizontal y silencioso de hasta 34 000 unidades.

Por un momento, el visitante se hace pequeño, disminuye su tamaño, viaja al coro de la Catedral de la cercana ciudad de Burgos y sueña con estar caminando por el facistol donde reposan los libros sagrados de cánticos y salmos. Cada panel del botellero se convierte en una hoja de dichos libros y cada botella en una palabra dibujada por algún monje amanuense de nombre olvidado en la noche de los tiempos.

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El diseño de Norman Foster se deja notar la sala de nichos, donde los clientes guardan sus botellas. FOTO: Francisco Orós.

La sala de catas

La sala de catas hace también las veces de tienda. Se trata de un amplio espacio en la parte más profunda de la bodega al que se accede por una gran escalera desde la misma zona de recepción.
Es por encima de todo funcional, aunque el resultado final resulta ligeramente impersonal, a pesar del acabado en madera de alguna de las paredes, en especial donde se exponen las botellas para la venta. Tampoco la iluminación es la más adecuada para realizar las catas, demasiado cálida y ambarina, pero debe tenerse en cuenta que la visita concluye con una degustación más que con una cata en sentido estricto.

El Portia Crianza –primer vino de la cata– se mostró visualmente de un rojo cereza de capa media alta con destellos azulados, joven a pesar de sus diez meses en roble francés y tres en roble americano. Fruta negra en nariz –grosellas, moras, arándanos– vainilla y algún tostado. Sorprendentemente más ácido que tánico en fase gustativa. Nada pesado, fresco y agradable en boca. Quizás el vino más equilibrado de todo el catálogo de la bodega y sin duda el que goza de una mejor relación calidad-precio.

Por el contrario, el Portia Prima posee un inconfundible perfil Ribera del Duero. Rojo picota de capa bien alta, con predominio en nariz de fruta roja muy madura, fruta negra y mermelada de moras. Linimento y recuerdos de farmacia antigua. Clavo, nuez moscada y pimienta, un absoluto espectáculo en nariz, con una grandiosa evolución en copa. Voluminoso y estructurado, con moderada astringencia y acidez, cálido en boca, con recuerdos de cacao y mentolados. Sus quince meses de crianza en barrica de roble francés lo convierten en un vino para disfrutar con calma y sin prisas.

En los últimos años prácticamente todas las bodegas grandes han ido desarrollando gradualmente sus departamentos de enoturismo y al ampliar su mercado por la base, irremediablemente lo han ido estrechando por el vértice. Visitar una bodega forma parte cada vez de más planes turísticos y esta popularización del mundo del vino sin duda tiene una lectura favorable.

Por el contrario las bodegas han tenido que adaptarse a todos los públicos y eso les ha obligado a incluir en sus programas actividades cada vez más diversas, algunas de ellas para visitantes a los que el vino no les interesa lo más mínimo, pero que acompañan a otros verdaderamente interesados.

La consecuencia negativa es cierta masificación en los grupos de visita, así como una creciente heterogeneidad en los mismos, lo cual siempre deriva en una sensación de insatisfacción generalizada, bien por exceso, bien por defecto.

Obviamente se trata de una opinión particular, cuando visitamos una bodega asumimos que pueden darse este tipo de incomodidades y precisamente para evitarlas nos estamos decantando cada vez más hacia bodegas de menor tamaño, menos espectaculares pero con más encanto, si es posible en grupos reducidos y con explicaciones técnicas de nivel elevado, pues todo ello contribuye no sólo a satisfacer a los más interesados sino sobre todo a disuadir a los enoturistas accidentales.
Cantidad o calidad, esa es la cuestión.

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El diseño de la bodega se debe al arquitecto Norman Foster, obsesionado con la integración en el paisaje. FOTO: Francisco Orós.

BODEGAS PORTIA

Ctra. N-1, km 170. Salida 171, A-1. Gumiel de Izán, Burgos. 947 102 700.