Pocas noticias tenemos, más allá de lo anunciado por el Ayuntamiento de Zaragoza, escaso –ni sale en la web de noticias del propio consistorio–, acerca de la Capitalidad Iberoamericana de la Gastronomía Saludable, que ostentará la ciudad del 1 de julio de 2022 al 30 de junio de 2023. La propia web de la Academia Iberoamericana de Gastronomía tampoco despeja muchas dudas, al aparecer diversas capitalidades: de la Cultura gastronómica, de la Coctelería, de la Cultura de la tapa…, pero nada que aluda a la sostenibilidad. Quizá haya modificado el concepto y no les haya dado tiempo a actualizar la web; pachorra latina. O cambie de apellido de año en año; no se explica.

Tiempo tendremos para enterarnos exactamente de qué va el asunto, si habrá aportes dinerarios procedentes del exterior o tendrá que ser el propio consistorio quien asuma los costes, quizá con el apoyo de patrocinadores privados.

Al menos, en cualquier caso –y eso no es caro–, parece una buena oportunidad para, de alguna forma, armonizar y ordenar los numerosos eventos gastronómicos y agroalimentarios que se desarrollan habitualmente en la ciudad y el resto de Aragón.

Del resto, podemos fantasear todo lo que queramos. Las asociaciones hosteleras han acogido con satisfacción la noticia –ya veremos si hay que ponerlas– y todos nos las prometimos felices, con miles de iberoamericanos visitando nuestra ciudad para descubrir nuestra gastronomía sostenible. Incluso podremos ir allá a descubrirles de nuevo las borrajas –que Colón llevó en su segundo viaje–, el ternasco o los vinos de garnacha. No así los espárragos, los pimientos verdes o la cebolla dulce, que ya producen allí en grandes cantidades.

Quedan apenas siete meses para la inauguración, poco tiempo, si no se ha trabajado previamente en proyectos concretos, como queremos suponer. Y a nadie nos gustaría que la capitalidad se quedara en agua de cerrajas.