CULT Beethoven

 

Un buen amigo melómano me lo espetó a bocajarro: «¿ya has oído la décima sinfonía de Beethoveen?»; cualquier buen amante de la música de nuestro germánico compositor conocerá que el señor Ludwig compuso, amén de muchísimas otras obras, tan solo nueve sinfonías, y que lamentablemente nos dejó allá por 1827, dejando inacabada la décima. Entonces, cómo era posible, que mi buen amigo me dijera semejante barbaridad. Ya iba a reconvenirle por su error, cuando, supongo que viendo mi rostro, me dijo «No, no te extrañe; la inteligencia artificial, tiene la culpa».

El concepto, Inteligencia artificial, fue acuñado por John McCarthy, hace nada más y nada menos que 65 años, y en román paladino significa que las máquinas presenten las mismas capacidades que el ser humano; esto es, que la máquina no solo ejecute órdenes, sino que directamente piense y desarrolle estrategias de actuación autónomas respecto a los humanos, incluso basadas en algoritmos aprendidos, como en el ejemplo propuesto, de la obra sinfónica del compositor alemán, llegando a componer nuevas sinfonías.

¿Ustedes se imaginan? –ya se lo decía el Doctor Cornelius, macho chimpancé– al protagonista del planeta de los simios, «Créame, llegará un día que aventajaremos a los hombres en todas las materias. No hemos tomado su sucesión por causa de un simple accidente, como podría usted suponer. Este acontecimiento estaba escrito en las líneas normales de la evolución. El hombre racional había cumplido ya su tiempo y tenía que sucederle un ser superior, que conservaría los resultados esenciales de sus conquistas y las asimilaría durante un período de aparente estancamiento antes de emprender un nuevo vuelo»– en este caso, ni siquiera nos estaríamos refiriendo a simios sino a unos seres inertes, carentes de sentimientos y raciocinio.

Pero más allá del riesgo de que inevitablemente terminemos en una sociedad distópica, la finalidad de la presente digresión, es considerar, si amen de si se pueden o no atribuir derechos a los resultados de la producción de dicha inteligencia, a esa mera máquina. ¿Podemos hablar de un trabajo colaborativo entre humanos y máquinas? ¿Puede desgajarse el resultado de la producción de esta inteligencia artificial del humano que la programó? E imaginemos que finamente la máquina opera de modo autónomo y produce unos resultados imprevistos, ¿cómo articulamos este galimatías? ¿Dónde se encuentran los motivos por los que el ser humano realizó determinada obra o composición, y que se encuentran ausentes en las frías máquinas?

En suma lo mollar del asunto, es ser conscientes de que, como humildes humanos, podemos no atesorar ni el talento ni las facultades ni los algoritmos de la inteligencia artificial, pero tenemos algo que no nos pueden arrebatar: el alma – y ese algo, se convierte en dovela del arco sustentador de nuestra existencia. El ser humano siente, y al sentir, expresa; y ello porque tiene alma. Alma, que al menos de momento, y quiéralo así Dios, la inteligencia artificial no tiene.

Cuando un ser humano realiza una obra –una composición musical, una pintura, un escrito– pone de manifiesto no solo sus capacidades y talentos, sino también sus imperfecciones; amalgama que es la que se exterioriza en la obra. Éste es el quid de la cuestión, los humanos somos inteligentes pero también tenemos defectos, no somos perfectos. Tomamos decisiones erróneas, incluso lesivas para nuestros intereses. Pero precisamente por ello son humanas, están dotadas de alma, y ese soplo divino es el que se manifiesta en nuestro actuar.

Tal vez eso sea lo que nos asusta de las máquinas: que ellas, algún día, alcancen la perfección, y entonces, no sean capaces de emular nuestros defectos e imperfecciones, y nos consideren un masatiril desechable.

En esta tesitura, y vistas las orejas al lobo, las normativas existentes, van en el sentido de considerar como inaceptables aquellos sistemas de inteligencia artificial que supongan una «amenaza para la seguridad, los medios de vida y los derechos de las personas» , pero esa es otra historia.
Como dijo Isaac Asimov, «La inteligencia es un accidente de la evolución, y no necesariamente una ventaja».

1. El planeta de los simios es una novela escrita por Pierre Boulle, publicada por primera vez en 1963.
2. Ya hace siete años, el promotor de los coches sin conductor, Elon Musk, confesó su miedo hacia la inteligencia artificial, porque en películas como Terminator se ha mostrado que, aunque esta tenga un propósito positivo, puede caer en manos de la persona equivocada; y el malogrado Stephen Hawking afirmó que temía que la inteligencia artificial acabase con la humanidad porque, según él, podría igualar o superar a los seres humanos; de hecho, según manifestó, las máquinas superarán completamente a los humanos en menos de 100 años.