Breve escapada por la ciudad de la Alhambra

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Pasear por la ciudad es un constante estímulo visual, pero también olfativo.

Desde el punto de vista turístico, visitar Granada siempre resulta excitante. Su poderoso pasado histórico y cultural –representado por el majestuoso conjunto monumental de la Alhambra y el Generalife, sin olvidar la imponente Catedral de la Encarnación y la Capilla Real de los Reyes Católicos– justifica plenamente una escapada a la capital granadina.

El peculiar urbanismo de ciertos barrios también tiene su atractivo. Es el caso del Albaicín, erigido siguiendo el trazado de un antiguo asentamiento musulmán sobre la colina que domina la margen derecha del río Darro, con esas cuestas empedradas, laberínticas e imposibles de memorizar para ningún turista.

Lo mismo puede decirse del barrio del Sacromonte, cuna del pueblo gitano de Granada –donde las casas son mitad construcción y mitad cueva– excavadas directamente en la montaña y en el interior de las cuales se puede asistir a espectáculos de flamenco bajo los mismos techos de piedra que vieron nacer este arte folclórico tan apreciado dentro y fuera de nuestras fronteras.

Granada indudablemente tiene un magnetismo único, fruto de esa mezcolanza de culturas y religiones que un siglo tras otro han ido dejando su huella en las costumbres y en la gastronomía.
Pasear por la ciudad es un constante estímulo visual, pero también olfativo. En los jardines de la Alhambra y del Generalife cada rincón desprende el aroma de una flor distinta, en especial a primera hora de la mañana, con la tierra todavía húmeda, cuando los primeros rayos de sol inciden sobre las plantas aún frescas por el rocío de la noche.

Al mediodía los aromas más interesantes se pueden percibir en la Alcaicería, antiguo mercado de estrechas callejuelas al lado de la Catedral y del Palacio de la Madraza, donde las tiendas dedicadas al repujado de la piel y a la antigua artesanía de taracea se intercalan con los comercios de venta de especias. Estos últimos no son los más numerosos, pero su presencia aromática es notoria en cada callejón y traslada olfativamente al visitante a tierras exóticas y lejanas.

La tarde es el momento idóneo para el acicalado y el cuidado corporal, así que puede ser una buena opción dirigirse a alguno de los baños árabes que ofrece la ciudad para recrear el antiguo rito del hammam, donde las sensaciones olfativas van de la mano de las táctiles e incluso de las auditivas.
Otra alternativa, más seca y menos costosa, es dar un paseo por la orilla del río Darro y disfrutar de algunos comercios dedicados a la elaboración de perfumes. Alguno incluso ofrece la posibilidad de acceder a los patios interiores, al taller del perfumista y a un museo del perfume.

Siempre nos ha llamado la atención el modo en que cambian las calles durante la noche, pero esta circunstancia nos ha parecido todavía más acusada en Granada. Hay comercios cerrados durante el día, ocultos por una persiana o unas tablas de madera, que cuando se pone el sol vuelven a la vida. Es el caso de las teterías de las calles bajas del Albaicín, pequeños locales decorados con sumo gusto donde es posible disfrutar de un té y unos dulces árabes mientras se comparte una pipa de agua, también denominada narguile, shisha o cachimba. Son lugares donde el visitante debe acostumbrarse a detener el tiempo, a hablar en voz baja y deleitarse con sabores, aromas y evocaciones que recuerdan a tiempos pasados, a países lejanos, y que sin embargo es posible disfrutarlos a día de hoy en el centro de Granada.

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Acerca del vino

Sin embargo, la ciudad de la Alhambra no es un destino precisamente habitual para los que buscamos –como es nuestro caso, casi de manera obsesiva y enfermiza– atractivos relacionados con el vino. Y no es la climatología la responsable de este palpable abandono del consumo de vino de calidad en beneficio de la cerveza –por cierto, magníficamente tirada incluso en la tasca más pequeña– pues siguiendo ese razonamiento, en la vecina y aún más calurosa Córdoba no deberían reinar como lo hacen los vinos de Montilla-Moriles.

Es más bien una influencia cultural, en parte consecuencia de los miles de visitantes que la ciudad de Granada recibe cada año –muchos de ellos jóvenes universitarios–, lo cual, unido a la mínima presencia de vinos autóctonos en la oferta hostelera, decanta claramente la balanza hacia el lado de la cebada fermentada y los refrescos.

Como en cualquier otro lugar turístico de la geografía española, es imposible no encontrar tarde o temprano una pizarra con letras de colores donde se anuncien cócteles que tienen al vino como protagonista en su elaboración. La sangría y el tinto de verano son los más populares y sorprende que después de tanto tiempo sigan siendo los preferidos por el visitante extranjero.

Si el fin justifica los medios, resulta indudable que esos brebajes sirven para animar al consumo de vino, otro asunto bien distinto es la calidad del vino empleado. Es cierto que después de una calurosa jornada, el cuerpo pide un trago refrescante y los combinados en cuestión satisfacen a todo el mundo, así que no nos reprimimos y decidimos disfrutar de una sangría que prácticamente era una macedonia con vino y hielo.

En cuanto a la procedencia de los vinos presentes en las barras de los bares y tabernas, se impone la dictadura de las tres erres –Rioja, Ribera y Rueda– con alguna honrosa presencia de vinos propios de la zona, escasamente ofrecidos por los camareros. Con cierto interés y perseverancia por parte del comensal, es posible encontrar algún vino autóctono, aunque no abundan. Granada cuenta con más de 5000 hectáreas de viñedo y las 60 bodegas que hay en la actualidad elaboran sus vinos con el sello de la DOP Granada o con la garantía de alguna de las tres IGPs de la provincia: Altiplano de Sierra Nevada, Cumbres del Guadalfeo y Laderas del Genil. Se elaboran vinos tranquilos con y sin crianza, espumosos y vinos de vendimia tardía. En relación a los precios, no se puede decir que sean comedidos, algo tal vez motivado por la tradición de acompañar cada bebida con una tapa sin cargo adicional, costumbre que no deja de ser un arma de doble filo. No suele existir una carta de tapas, siendo la cantidad y la calidad de las mismas muy variable. Algunos establecimientos son más generosos que otros, pero esa información no suele estar al alcance del turista.

Tras varios e infructuosos intentos, por fin tuvimos la oportunidad de encontrar un rincón con la suficiente habitabilidad como para poder tomar algo –por supuesto de pie, porque conseguir una mesa es imposible– en Bodegas Castañeda, el templo más genuino del taperío granadino. Guirnaldas, farolillos, azulejos y cabezas de toro orlan sus paredes. Varias barricas tras la barra han visto pasar mil veces a una legión de camareros con sus camisas blancas. Dada la hora y absolutamente abducidos por la atmósfera taurina, nos entregamos al gozo y disfrute de un vermut casero de esos que recuperan a cualquier enfermo, preparado en décimas de segundo y servido como acompañamiento a una tapa de arroz con carne. Somos conscientes de que el vermut es en realidad el lado oscuro del vino, su vertiente más aliñada y la que permite menos interpretación en su cata, pero en aquel momento, sumergidos en ese ambiente bullicioso, nos pareció la mejor de las elecciones.

Justo en la calle paralela, hay otro establecimiento que a pesar de su nombre no debe confundirse con el anterior. Antigua Bodega Castañeda es más restaurante que taberna, dispone también de más espacio y de terraza exterior, aunque ya no tiene esa autenticidad. Lo propio es pedir unas raciones y tomarlas con calma, nada que ver con el frenesí y el ajetreo del otro local. En la cristalera exterior llama la atención una interesante colección de botellas antiguas, recuerdos del pasado tabernario y vinatero de varias generaciones de granadinos. A la hora de pedir apostamos por un caballo siempre ganador: ración de jamón ibérico y palo cortado de Montilla-Moriles, una combinación insuperable.
Un breve desplazamiento de escasos cincuenta metros nos llevó hasta Taberna Salinas, un establecimiento con menos solera, pero con una amplia carta de raciones, muy buen servicio y precios más ajustados. Allí por fin, después de calmar la sed con un par de cervezas, pudimos catar con tiempo un vino tinto de la zona que nos recomendaron.

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La presencia de vinos autóctonos es mínima en la oferta hostelera de Granada, aunque los hay.

Bodegas Muñana

Ubicadas en la Finca Peñas Prietas en la localidad de Graena, Bodegas Muñana son propiedad desde octubre de 2017 del empresario suizo Urs Hess. Sus 180 hectáreas de viñedo, junto con las 40 hectáreas de olivar, la convierten en la bodega más grande de la provincia de Granada con viñedo en propiedad. Situadas a 1200 metros de altitud sobre suelos arcillosos, gozan de abundantes horas de sol, gran amplitud térmica y proximidad al mar Mediterráneo, condiciones que permiten conseguir procesos de maduración lentos y graduales. La vendimia es manual en cajas, con una productividad máxima de dos kilogramos de uva por cepa. La crianza en barricas de roble francés y americano se realiza en la oscuridad de cuevas subterráneas con temperatura y humedad constantes durante todo el año. Cultivan variedades blancas –sauvignon blanc, chardonnay, moscatel– y tintas –cabernet sauvignon, monastrell, merlot, tempranillo, syrah, y petit verdot.

El Muñana Rojo se mostró en la copa de un intenso color rojo picota de capa media-alta con ribete granate. Frutas rojas y negras en nariz, con acompañamiento de tostados, notas balsámicas y chocolate. Sabroso y opulento en boca, bastante redondo aunque algo cálido, con el indudable carácter de los tintos del sur. Inconfundible la presencia vegetal de la cabernet sauvignon y la potencia de la monastrell, algo menos reconocible y evidente la tempranillo. Excelente trabajo de crianza en roble, con taninos muy domados sin perder un ápice de estructura. Así como los tintos cordobeses nos recordaron en parte a los de Extremadura, este tinto del Altiplano de Sierra Nevada nos trasladó un poco más hacia el este, concretamente a esas tierras del interior murciano de las denominaciones de Bullas y Jumilla.
Concluimos aquí la crónica de nuestro breve paso por Granada, dejando en el tintero unas cuantas cosas interesantes que quizás en el futuro se materialicen en un nuevo artículo. Pero esa es otra historia y –parafraseando a Michael Ende– deberá ser contada en otra ocasión.