Palencia, el discreto encanto de provincias

La Iglesia de San Martín de Tours, en Frómista, está considerada como el templo románico más completo de toda Europa. Foto: Francisco Orós.
El turismo de interior tiene un ritmo más sosegado y no digamos si el destino es la provincia menos visitada de la España peninsular. En la vieja Castilla en general, y en Palencia en particular, da la sensación de haberse detenido el tiempo. Nadie parece tener prisa en esta tierra amistosamente abrazada por Burgos, Valladolid y León, animando a los palentinos –quizás sin pretenderlo– a mirar hacia el norte más allá de las montañas, en dirección a Cantabria, territorio hermano que en otro tiempo fue la única salida al mar que tuvo Castilla.
La mitad sur de Palencia es una llanura colosal por la que se extienden las comarcas de Tierra de Campos y el Cerrato. Al visitante suele sorprenderle la altura de las iglesias de todos estos pueblos, pero hay que comprender que durante siglos fueron las espadañas de los templos los indicadores que seguían los viajeros para no perderse por los caminos.
La otra gran vía de comunicación construida durante el siglo XVIII es el canal de Castilla. Palencia es la provincia con más kilómetros de esta gigantesca obra hidráulica de la ilustración española diseñada con la finalidad de comunicar las zonas cerealistas de la meseta norte con Reinosa y con el puerto de Santander. Durante algo menos de un siglo, las barcazas cargadas de cereal recorrieron sus aguas en dirección norte, arrastradas por caballerías que tiraban de ellas desde los denominados caminos de sirga. Animados por el éxito de la empresa, en sus orillas proliferaron los molinos y batanes, así como otras actividades comerciales. Aquellos fueron los años dorados del canal de Castilla. El desarrollo del ferrocarril y la mejora de las comunicaciones por carretera, hicieron que la explotación del canal como vía de transporte dejara de ser rentable. Poco a poco se fue abandonando su uso y en la actualidad sirve para el regadío, como fuente de producción de energía aprovechando los saltos de agua de sus esclusas y más recientemente como atractivo turístico.
Hoy en día es posible disfrutar de su recorrido a pie o en bicicleta, en un entorno natural que permite contemplar flora y fauna ribereñas, solapándose alguno de sus tramos con el Camino de Santiago, de manera que no es difícil coincidir con peregrinos procedentes de cualquier punto del mundo. Tal vez las obras más imponentes del canal sean las 49 esclusas numeradas gracias a las cuales es posible salvar 150 metros de desnivel a lo largo de los más de 200 kilómetros de recorrido del canal. Algunos tramos pueden navegarse a bordo de barcos turísticos que realizan agradables recorridos guiados de algo más de una hora de duración.

Libro de piedra en Frómista. Foto: Francisco Orós.
El románico palentino
Cualquier guía de arte románico que sea consultada, pasará irremediablemente por Frómista, porque, tal y como decía el premiado escritor leonés Raúl Guerra Garrido, todo español debería visitar Frómista al menos una vez en la vida. La Iglesia de san Martín de Tours está considerada como el templo románico más completo de toda Europa. Construida en el siglo XI como capilla de un monasterio, su ubicación en el centro de la localidad, en una gran explanada adoquinada, permite la contemplación de sus cuatro fachadas y vale la pena hacerlo con detenimiento. Cada detalle decorativo indica cómo los artesanos y canteros viajaban a lo largo del Camino de Santiago, incorporando a sus obras las técnicas y estilos de otros artistas.
Así, es posible encontrar en el exterior de San Martín de Tours decoraciones como el ajedrezado jaqués, presente en templos y castillos de Aragón, Navarra, León y Zamora. En el interior de la Iglesia de san Martín de Tours se representa el románico más puro, mantenido tal y como fue diseñado, sin los habituales aderezos góticos y barrocos visibles en muchas otras iglesias, permitiendo al visitante o al peregrino la contemplación de sus ricos capiteles, pasear entre las columnas que separan sus naves, elevar unas plegarias y sentirse por unos minutos en la Edad Media.
Frómista es lugar de paso obligado en el llamado Camino jacobeo francés. Estas largas etapas por la llanura palentina no resultan especialmente duras, salvo quizás en los meses más calurosos, cuando guarecerse del sol de mediodía es casi una obligación. Existen numerosos albergues en Frómista donde los peregrinos pueden detenerse a pernoctar. A primera hora de la tarde, las terrazas se llenan de gente y se convierten en una Torre de Babel donde se escucha hablar en cien idiomas al mismo tiempo. Sin embargo, aunque cada peregrino la pronuncie con su propio acento, una frase se repite sin cesar. ¡Buen camino!

El navegable canal de Castilla y uno de los embalses que forman la Ruta de los pantanos. Foto: Francisco Orós.
El norte de la provincia
Por el contrario, el extremo norte de la provincia de Palencia es en realidad la cara sur de la Cordillera Cantábrica. Allí nacen los ríos Carrión y Pisuerga que vertebran casi la totalidad de la provincia, dejando tras de sí numerosos embalses –Compuerto, Camporredondo, Requejada, Ruesga– cuyas orillas pueden recorrerse por la denominada Ruta de los pantanos, con final en Velilla del Río Carrión e inicio en Aguilar de Campoo, localidad esta última que puede considerarse la capital de la Montaña palentina, tradicional núcleo urbano nacido al calor de los intercambios comerciales y que en la actualidad se ha convertido en vértice industrial de la zona. Pocos restos se conservan del castillo de Aguilar de Campoo, aunque vale la pena acercarse hasta sus faldas donde se alza la coqueta románica ermita de santa Cecilia desde cuyo mirador se tiene una espectacular vista panorámica de la localidad. El corazón de Aguilar de Campoo late con intensidad en los característicos soportales castellanos de su plaza de España –antes plaza Mayor o plaza del Mercado– en uno de cuyos extremos destaca la colegiata de san Miguel, templo gótico principal de la localidad donde se conserva el venerado Cristo Yacente de Aguilar.
En el extremo occidental de la Ruta de los pantanos se ubica Velilla del Río Carrión, último rincón de montaña palentina antes del límite con la provincia de León. Dedicada hasta el siglo pasado a la extracción de carbón, el paulatino abandono de las explotaciones mineras y el cierre de la central térmica sumió a esta localidad en una despoblación alarmante. Por fortuna, la belleza de su entorno natural ha conseguido reconducir su futuro hacia el turismo de calidad. El monumento más célebre de la localidad son las Fuentes tamáricas, surgencias de agua ya descritas en época romana por Plinio El Viejo, situadas en el centro de un gran parque y a escasos metros de la ermita de San Juan de las Fuentes Divinas. El comportamiento de estas fuentes es cuando menos curioso, ya que de ellas puede manar agua en abundancia o permanecer absolutamente secas y estas variaciones pueden darse incluso a lo largo de un mismo día. Por supuesto, existe una explicación científica para ello, pero no seremos nosotros quienes la desvelemos. Este carácter misterioso sirvió para alimentar la leyenda del poder mágico de dichas aguas y aún hoy en día se cree que todo aquel viajero que encuentre secas las fuentes en su primera visita a Velilla del Río Carrión, fallecerá antes de siete días. Por nuestro propio bien, esperemos que solo se trate de una leyenda.

El navegable canal de Castilla y uno de los embalses que forman la Ruta de los pantanos. Foto: Francisco Orós.
Legado romano
El legado dejado por los romanos en Palencia ha sido descubierto hace relativamente poco tiempo. Tratándose de una provincia mayoritariamente agrícola y ganadera, los hallazgos se han circunscrito al descubrimiento de varias villas romanas relacionadas con lo que fueron inicialmente explotaciones agropecuarias y que con el paso del tiempo se convirtieron en preciosos palacios en el medio rural. Existen varias villas descubiertas, sin embargo, solo son visitables la villa La Tejada en Quintanilla de la Cueza y la villa La Olmeda en Pedrosa de la Vega. Como es lógico, ha sido necesario destinar importantes sumas de dinero para acondicionarlas y preservarlas, el resultado es sencillamente imponente. En concreto, la villa romana La Olmeda es posiblemente el yacimiento arqueológico que conserva el mejor conjunto de mosaicos romanos en toda España.

Libro de piedra en Frómista y diferentes vistas de la ciudad de Palencia, donde se han conservado muchos edificios y tiendas antiguas. Foto: Francisco Orós.
La calle mayor
La capital de la provincia se extiende junto a la margen izquierda del río Carrión. Al este del río queda el casco antiguo de la ciudad, cuyo eje principal es la calle Mayor Antigua, arteria peatonal de más de 900 metros de longitud en torno a la cual se sitúa la mayoría de lugares de interés. Muy cerca de allí, la plaza Mayor –algo menor que otras plazas mayores, si se nos permite el juego de palabras– alberga el ayuntamiento y unos cuantos restaurantes, aunque nos resultó más interesante la cercana Iglesia de San Francisco, con su doble espadaña y su claustro que esconde en unos de sus extremos una capilla-osario verdaderamente excepcional.
Recorriendo la calle Mayor hacia el norte, se llega a la plaza de la Inmaculada y a la catedral de san Antolín –La bella desconocida, como la llaman los palentinos– tercera catedral gótica más grande de España tras las de Toledo y Sevilla. El templo y las plazas que lo rodean sorprenden por sus dimensiones. La llana orografía de la ciudad favoreció las obras en dicha ubicación, previamente empleada para erigir un templo románico y anteriormente un templo visigodo, cuyos vestigios todavía son visitables en la cripta de la propia catedral. Muy cerca se halla la iglesia de San Miguel, templo de estilo protogótico, de aspecto menos grácil y más robusto, pero que cuenta en su favor con la leyenda de haber sido el lugar donde se ofició la boda entre Rodrigo Díaz de Vivar –el Cid Campeador– y su esposa doña Jimena. Y decimos leyenda porque no existe documento histórico alguno que permita corroborar dicho enlace. En cualquier caso, y quizás precisamente por este motivo, la Iglesia de San Miguel es una de las preferidas por los novios palentinos para jurarse amor eterno.
Sin ningún género de dudas, la calle Mayor Antigua es la pasarela de moda de la ciudad. Pasear por ella durante la tarde, saludar a los conocidos y dejarse ver parece ser imprescindible para muchos palentinos. Ciertamente es una actividad muy agradable, sin olvidar la belleza arquitectónica de sus edificios, cada vez más deshabitados. Es la cara urbana del vaciamiento de la España interior, un fenómeno imparable que afecta por igual a casi todas las capitales de provincia y del que hemos sido testigos en numerosas ciudades.
Y no solo hablamos de las viviendas –algunas de ellas encuentran una nueva vocación como apartamentos turísticos–, sino sobre todo de los locales. El cierre de un comercio tradicional es inmediatamente aprovechado por las franquicias, independientemente del sector al que se dediquen y cuya voracidad urbanística es infinita. De manera que a los negocios de toda la vida tan solo les queda resistir. Y precisamente en Castilla es donde hemos encontrado la resistencia más feroz ante esta invasión deshumanizadora de las grandes empresas. En Palencia es posible encontrarse con comercios que todavía protegen su escaparate durante las horas de cierre con tablas de madera y farmacias heredadas de padres a hijos en las que sus propietarios residían en una vivienda justo encima de la botica. Son imágenes enternecedoras, cargadas de sentimiento, que hablan de cómo discurría el día a día hace medio siglo en cualquier ciudad española de provincias, como se acostumbraba a decir –un tanto despectivamente– en los círculos más elitistas y relamidos de Madrid y Barcelona. Castilla todavía resiste –fiel a su historia, su pasado y sus tradiciones– convirtiéndose en una cápsula del tiempo que al visitante sorprende más por olvidado que por desconocido.
No obstante, hasta principios del siglo XX Palencia adolecía de una imagen icónica como ciudad. Quizás por ese motivo en el año 1930 el escultor palentino Victorio Macho recibió el encargo de construir una gran estatua de un Sagrado Corazón de Jesús. Se decidió erigirla en el cerro del Otero, uno de los pocos promontorios cercanos a la ciudad. Con sus más de veinte metros de altura, el Cristo del Otero sorprende tanto por sus dimensiones como por la rapidez con que fue construido, realizándose su inauguración en la primavera de 1931. A sus pies existe una preciosa ermita visitable dedicada a Santa María, en cuyo interior yacen los restos de Victorio Macho, cumpliendo así una de las últimas voluntades del artista, descansar en tierras palentinas después de haber diseñado esculturas y monumentos en España y América. En los meses con menos afluencia de visitantes, vale la pena acudir al atardecer a visitar el Centro de interpretación del Cristo del Otero y esperar a quedarse a solas para disfrutar de las últimas luces del ocaso. Las sombras comienzan a ganarle terreno al sol, que apenas alcanza a iluminar el rostro y los hombros de la estatua. El silencio te envuelve, tan solo se escucha a los pájaros o algún crujido de la piedra al enfriarse y en ese preciso momento hay quien asegura que se puede percibir un susurro, un murmullo, una suave voz procedente de lo alto que agradece al viajero la visita y que le acompaña hasta que el sol se pone por completo.
Damos por concluido este amplio y agradable recorrido por la provincia de Palencia, tierras tan cercanas como desconocidas para muchos españoles. Es curioso cómo con demasiada frecuencia emprendemos un largo viaje hasta el otro extremo del mundo y sin embargo seguimos sin conocer preciosos rincones de nuestro país que probablemente sean más valorados en el extranjero que por nosotros mismos.
Pongámosle remedio…