Tampoco pedíamos tanto a los Reyes Magos el año pasado, ya que sabíamos que la tarea de acabar con el hambre en el mundo depende de la política mundial y global, por lo que nada se les pedía al respecto.

Pero, hombre, ¿mejorar las condiciones de vida de nuestros ganaderos en extensivo era tan difícil? ¿Desmentir las virtudes de los superalimentos o de las dietas milagro suponía un esfuerzo tan titánico? ¿Hacer entender que la gastronomía es más que ingerir, que afecta a todas las facetas de la vida, les resultaba imposible? ¿Apostar por los productos cercanos y sostenibles se convierte en un sueño imposible?

Y eso que hemos sido lo suficientemente buenos para pedir. Así que este año rebajaremos las peticiones, a ver si así conseguimos algo, pues sus majestades tendrían que negociar con menos ‘jefes’ y mucho más locales. Olvidándonos, qué remedio, de lo del cambio climático, tarea a la altura de terminar con las hambrunas.

Nos conformamos con que el tocino deje espacio a otras carnes más sostenibles; que no desaparezcan los mercados locales ni las tiendas especializadas; que los pequeños productores rurales puedan pagar sus facturas con holgura; que los consumidores sean conscientes de su decisivo papel a la hora de comprar; que esos bares y restaurantes dejen de engañar a sus clientes; que las etiquetas de los alimentos sean claras y legibles; que de verdad compartamos el secreto; que la noble gastronomía este por encima de los intereses personales; que nos conozcan más; que la fruta se pague a su precio; que no nos den gato por liebre; en definitiva, que seamos felices comiendo…

No es para tanto ¿o qué? De lo contrario, querido Reyes, me tendré que pasar a Papa Noel, que a ese sí parece mandar.