Es lo que nos hace falta. Pero cada cual, desde donde pasemos esta reclusión parcial, podemos contribuir a sostener, en la medida de nuestras posibilidades a la hostelería y el sector agroalimentario. Dado que apenas podemos salir, reservemos al menos para un próximo futuro; y si el asunto se prolonga, el hostelero sabrá ser comprensivo.

Hay quien ha dejado pagado en su bar el desayuno del próximo mes, a la espera de poder disfrutarlo. Otros reservan mesa para el próximo año, tirando de tarjeta para que su cocinero favorito coma caliente estas semanas. Y hay quien se ha lanzado a almorzar y merendar –de momento con abrigo y al aire libre, san Martín ¿por qué te has ido?– como si no hubiera un mañana, que lo habrá. Y bastantes, aunque cocinen habitualmente en sus domicilios, han tenido que aprender los recursos de la comida para llevar. Todo sirve para apoyar a un sector que no ve salida a la crisis en que se encuentra. Y si las administraciones no resultan eficaces, al menos los clientes lucharemos para que sobrevivan esos lugares donde nos hemos encontrado tantas veces con la felicidad.

Es también más necesario que nunca recuperar el contacto con el comercio de proximidad, con las tiendas de alimentos del barrio, con los mercados. Siempre han estado allí, asistiéndonos, pero su cuota de mercado desciende de manera continua; han comenzado tímidamente a modernizarse –en horarios, servicio, etc.–, pero necesitan constatar el calor de su clientela, la que les da sentido. Y, a pesar de su valor añadido, los precios no resultan más altos que en grandes superficies. Hagan la prueba.

Es cierto que de esta saldremos entre todos. Pero si se necesita responsabilidad personal para cumplir la normativa sanitaria, no menos imprescindible resulta pensar en nuestros hosteleros, productores y comerciantes cercanos, tan parecidos a nosotros. Y esta solidaridad se muestra volcando todos nuestros recursos en que los vecinos también puedan sobrevivir.